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Actualizado: 17 abr 2017 / 19:42 h.
  • Matías Varela (a la derecha), junto a Alejandro (camiseta del Eibar), Saioa e Igor, el domingo en el Villamarín / El Correo
    Matías Varela (a la derecha), junto a Alejandro (camiseta del Eibar), Saioa e Igor, el domingo en el Villamarín / El Correo

Nada más salir de la escalera que asciende hasta el pasillo de la tribuna baja de Preferencia, Igor Varela exclama: «¡Vaya campazo!». El «campazo» es el Benito Villamarín. Igor Varela tiene nombre vasco y apellido bético. Y así es él: vasco y bético. Es el hijo de Matías Varela, jiennense de nacimiento pero guipuzcoano a todos los efectos... y bético también. Su acento lo delata: desde muy chico vive en Oñate, a menos de 20 kilómetros de Eibar. Allí tuvo a Igor y a Saioa. Los tres van con sus camisetas del Betis. Los tres visitan el Villamarín por primera vez en sus vidas.

Matías es bético por cuestiones familiares, pero nunca antes había estado en el Villamarín. Lleva la camiseta de la 2012-13, la última gran campaña del equipo verdiblanco, entonces clasificado para la Liga Europa con Pepe Mel al frente y la camada de Beñat, Adrián, Pozuelo y Cañas como el mejor complemento posible para Rubén Castro y Jorge Molina. Sus hijos, ambos nacidos en Euskadi pero con esa afinidad verdiblanca en la sangre, visten la zamarra de este curso, Igor la primera y Saioa la segunda. En este viaje iniciático de 700 kilómetros los acompañan la pareja de Matías y su hijo Alejandro. Los dos son del Eibar.

La primera tarde en La Palmera tiene el final más feliz posible para la parte bética de la expedición. Son sólo tres ejemplos más de los muchos aficionados de las trece barras que cada dos semanas, desde cualquier confín de España, se pasan por Heliópolis para apoyar a un equipo que tan pocas alegrías les da y por el que en teoría no deberían sentir ninguna inclinación. Pero el Betis es así, como suele decirse...