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Actualizado: 21 ene 2018 / 23:43 h.
  • Durmisi, cabizbajo tras uno de los goles del Barcelona. / Manuel Gómez
    Durmisi, cabizbajo tras uno de los goles del Barcelona. / Manuel Gómez

Quique Setién es un entrenador educado y habitualmente noble en su discurso, lo cual le reporta numerosos apoyos y simpatías bien merecidas. Su discurso es sincero y puro, sin engañar a nadie. Pero este domingo volvió a ofrecer sus dos caras. Su Betis viró hacia algo más efectivo de inicio. Si algo le sobra a la lista de mandamientos de la filosofía Setién es aquello de la innegociabilidad del sistema, burrada que muchos entrenadores se enorgullecen en proclamar a menudo. Esta vez, delante de un Miura como este gran Barcelona de Ernesto Valverde, el técnico cántabro, aunque no estaba en el banquillo, se dejó notar a pie de césped con una apuesta diferente y que maniató al Barcelona hasta que duró la gasolina.

Incrustó a Javi García entre los centrales, achicando unos espacios que todavía se le hacía más pequeños a los azulgranas con la buena presión de los atacantes. Una especie de 1-3-5-2 cuando no tenía la posesión en el que Joaquín se pegaba a Sergio León y Guardado y Fabián (renuévenlo como sea, que no van tirar ni un euro a la basura) enmarañaban aún más el centro del campo con un enorme despliegue físico. El Barcelona estaba incómodo y se veía en las caras de los jugadores una llamada a la genialidad de Lionel Messi como salvavidas. Pero a todas luces un plan así es insostenible durante 90 minutos. Lo sabía todo el mundo. O casi...

El resultado es siempre más importante, en el fútbol profesional, que divertir al espectador, verbo protagonista en su conferencia de prensa previa al partido. Y esta vez Setién sacrificó (en parte) lo segundo buscando lo primero. No lo consiguió, pero se le aplaude el recurso táctico inicial. Contra el Barcelona toda idea es arriesgada, pero lo lógico era evitar las habituales facilidades al rival, que esta vez tenía el mejor ataque del planeta. Pero claro, en el otro lado del ring no sólo estaba el mejor jugador de la historia rodeado de otras estrellas, sino también la otra versión de Quique Setién, esa que no encuentra un plan b durante los partidos.

La goleada final es producto del mazazo del 0-1. El empate era lo que mantenía las fuerzas de un Betis que colapsó con el gol de Rakitic y acabó por los suelos, sin poder de reacción alguno del entrenador. Otra de las circunstancias que también chirrían en la habitual gestión de Setién.

Si el planteamiento inicial es de aplauso, es de suspenso la mala lectura del encuentro por parte del técnico bético cuando llegó el momento clave (los primeros síntomas de agotamiento general), agravado por el baile de la última media hora, otro más que se traga el Villamarín, lo que empieza a ser inadmisible con todas las letras. Diez minutos fatales que quizás (nunca lo sabremos) podrían haberse evitado o paliado con algo de reacción antes o justo después del 0-1. Las sustituciones llegaron tarde, pues el cansancio se notó en la mala presión general que derivó en el tanto de Rakitic, la clave del colapso total. Se veía venir.

Los fallos de Setién pudieron con las virtudes del cántabro. Es cuestión de hallar el término medio, también de este Betis que marca muchísimo pero lleva ya 41 goles en 20 partidos. Incompatible con el éxito, así de contundente y claro.