La España vaciada, esa España rural tan olvidada y maltratada por el resto de españoles, es la misma que protestaba manifestándose, una y otra vez, antes de iniciarse la crisis sanitaria que vivimos; y es la misma que trabaja sin descanso para que todos los españoles podamos comer a diario. Se la debe tener en cuenta y se la debe dotar de lo necesario para que se convierta en la España recuperada y en fuente de riqueza integrándose con el resto del territorio nacional.
El problema de despoblación de la España rural es viejo. Desde mediados del siglo XIX ha sido motivo de preocupación. Pero los últimos cincuenta años se han disparado los índices que más preocupan. El 48 por ciento del territorio nacional está en riesgo demográfico. 3926 municipios tienen una densidad de población igual o inferior a 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado (la UE dice que esa densidad convierte el territorio en despoblado). Sirvan de ejemplo estos dos datos.
A medida que los pequeños municipios se quedan vacíos, las grandes ciudades se convierten en núcleos de población mucho menos sostenibles puesto que los servicios públicos se saturan o colapsan, la vida es más precaria, los precios de las viviendas se disparan y los riesgos sanitarios (a causa, por ejemplo, de la contaminación) son mayores.
Las zonas vaciadas se van convirtiendo, poco a poco, en focos de problemas que hacen que el 34 por ciento de la población esté en riesgo de pobreza o exclusión. Falta empleo, no existen incentivos para emprendedores, las oportunidades son escasas; el envejecimiento de la población es altísimo y, dado que las mujeres suelen elegir las grandes ciudades para emigrar, la masculinización es enorme; la oferta educativa es menor y la falta de inversión crea problemas estructurales y financieros. Es evidente que la despoblación afecta definitivamente a la igualdad de los españoles. Y afecta a todos, nadie está exento, porque el abandono de las zonas rurales y de las labores propias de la agricultura y de la ganadería –trabajos esenciales para mantener la ecología en equilibrio- provoca incendios no deseados, desertización y pérdida de biodiversidad; es decir, el cambio climático tiene una puerta de entrada abierta de par en par. Y todo esto, no debe olvidarse, afecta negativamente al ámbito rural en su conjunto. No está al margen el turismo rural, que es una fuente de ingresos esencial en esos espacios, una actividad que se deteriora y provoca que el problema siga creciendo.