Se acabó el periodo del “nunca jamás”. Cambio de argumentario. Comienza la quincena de los pactos. Están de rebajas los 'cordones sanitarios', ahora toca la 'geometría variable'. Después de haber exasperado a la ciudadanía durante muchos meses, queriendo polarizarla con proclamas frentistas hasta un nivel de irreconciliable encono forofero, se abre oficialmente la temporada de baños... de realismo. Al calor de tanto poder en juego (municipal, autonómico y nacional) y teniendo que adaptarse a la escasez de mayorías absolutas porque la sociedad se retrata plural en las urnas. Ni 24 horas han tardado en salir a la palestra algunos dirigentes locales, regionales o estatales de PSOE, PP, Ciudadanos y Podemos para empezar a borrar las “líneas rojas”, para sugerir excepciones a la regla de no coaligarse con el antagonista, y para esgrimir que no se den por seguros pactos con los afines.
Ya lo dijimos semanas antes del 'superdomingo': lo más importante de todo lo que sucediera en España en la triple cita era el resultado de los comicios en el Ayuntamiento de Barcelona. Es muy preocupante que la dinámica victimista esté haciendo furor en Cataluña, que la aculturación en las escuelas y medios de comunicación subvencionados esté fraguando un pensamiento único, que lo guay sea votar como héroes a Puigdemont y Junqueras en todas las convocatorias a parlamentos y como estrategia de desafección a España y burla a su Estado de Derecho. La victoria de Esquerra Republicana en las municipales barcelonesas, con un neoconverso radicalizado como el ex socialista Ernest Maragall, que quiere convertir el Ayuntamiento en la Generalitat bis para imponer la deriva independentista, es otra muestra del fracaso y pusilanimidad de la Cataluña que se siente española. Ya era momento histórico, ante la permanente actitud de insumisión desde los ayuntamientos que controlan los secesionistas, para haber presentado en mayo de 2019 candidaturas conjuntas entre PSOE, Ciudadanos y PP. Y ya no caben más dilaciones para que en la próxima 'refundación' de Podemos, si Ada Colau y Pablo Iglesias mantienen algo de poder en Barcelona y Madrid tras sus rotundos fracasos, dejen de ser los emperadores de la ambigüedad que favorecen siempre la reaccionaria coartada del secesionismo catalán, puro supremacismo, pura casta, puro uso inmoral de las arcas públicas. Como en la vida a veces hay que elegir entre Guatemala y Guatepeor, es crucial un pacto para que los independentistas no gobiernen el Ayuntamiento de Barcelona.
Los tertulianos que analizan España desde el microcosmos matritense definieron como “pacto a la andaluza” el acuerdo de gobierno de coalición del PP con Ciudadanos, y de investidura del PP con Vox, para que Moreno Bonilla pudiera ser presidente de la Junta de Andalucía sin que en Ciudadanos, ávidos de llevarse bien con el liberalismo europeo de Macron, se sentaran a negociar con la derecha integrista que admira a Marie Le Pen. Pronto lo van a tener difícil para atribuirle denominación de origen “a la andaluza”, “a la riojana”, “a la castellana”, “a la navarra”, “a la madrileña”, etcétera, a la gran variedad de pactos que se intentarán cocinar tras los primeros días de indirectas, tanteos y globos sonda. Tan llamativos como las insinuaciones a dejarse querer en Canarias entre el PSOE y el PP para gobernar juntos y poner fin a 26 años de hegemonía de Coalición Canaria en el poder autonómico. Es más probable que siga la tónica dominante y los regionalistas canarios conserven el mando en plaza jugando a casarse con el mejor postor.