La Recogía
Actualizado: 15 abr 2019 / 10:02 h.
  • Un Domingo de libro...
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Las palmas rizadas que saludan al Señor de la Sagrada Entrada y la algarabía infantil que se derrama en su canasto siguen siendo una invitación a un tiempo sin tiempo. La vida cabía entera en siete días que se saltaban la cotidianidad y pulverizaban la rutina del trimestre que se había quedado atrás. Era aquel día de estreno y familia endomingada; el redescubrimiento apresurado de la ciudad que se abría entera para los niños; el repaso del programa de las cofradías... Todo cambia pero lo esencial permanece: el día ya caminaba a su cénit cuando los primeros tramos de la cofradía de San Roque alcanzaban la Ronda. Se habían espantado todos los fantasmas de esa meteorología que, antaño, se atisbaba mirando el horizonte desde el campanario a la hora de la salida. Hoy los tiempos son otros, es verdad, pero también lo es que se ha perdido cierta naturalidad mientras los alambres de la fiesta amenazan con empañar su auténtica verdad. Todo eso había dejado de importar a la hora nona. La Paz ya había estrenado la auténtica Semana Santa con su revuelo de capas blancas camino del parque en el que más se parece a sí misma. No faltaba demasiado para que se pusiera en la calle el jubiloso cortejo infantil de la Borriquita mientras la impaciencia se espesaba detrás de los canceles calentados por este ansiado sol de abril.

El Domingo de Ramos no deja de ser un día de estrenos. Como el de esos menudos nazarenos blancos con la cruz de Santiago bordada en el pecho que, por primera vez, ven encender esa cera que les repartieron en las vísperas. Es cera que se derrama y sobre la que aún caerá otra cera más severa, precediendo el impresionante crucificado de Juan de Mesa cuando se acerque la hora del crepúsculo. Pero no conviene adelantar acontecimientos: mientras Nuestro Padre Jesús en su Sagrada Entrada remontaba la rampa del Salvador comenzaban a llegar los primeros nazarenos negros a la Colegiata y el día, qué se le va a hacer, ya estaba dando la vuelta.

A esa hora ya había pasado la Hiniesta por la Campana, precedida de antiguos protocolos municipales que evocan votos venerables. Pero antes, mucho antes, se habían sucedido otros capítulos de esta jornada de reencuentros. Jesús Despojado ya estaba en la calle mientras los primeros tramos del Señor de la Victoria alcanzan las murallas imaginarias de la ciudad. Había un revuelo de capirotes e ilusiones por la plaza de Los Terceros y la calle Sol. La hermandad de la Cena había salido de su templo remozado buscando su mejor molde por Gerona y Doña María Coronel, abrigando esa pena menuda del Señor de la Humildad, una de las devociones más íntimas y entrañables de la ciudad interior.

Aún había que cruzar el río para encontrar a los primeros tramos de la Estrella camino del Altozano. El Señor de las Penas contempla implorante el cielo pleno. Hay una certeza: el Domingo de Ramos ya se está acabando cuando la Amargura sentencia que no hay tiempo ni lugar. La cofradía de San Juan de la Palma presta la mejor envoltura sonora a ese crepúsculo que abre la espita de la primera nostalgia. Es el territorio de la noche, que nos llevará a buscar a la Hiniesta volviendo por doña María Coronel; a la Estrella –cobijada por el antiguo palio de Rodríguez Ojeda- por el Postigo y al Amor, definitivamente, por las estrechuras de Francos y Álvarez Quintero cuando el día empieza a pedir la cuenta. Se acabó el Domingo de Ramos...