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Actualizado: 21 mar 2018 / 08:29 h.
  • Dónde ver los pasos
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    Una mano sujeta un clavel rojo en un balcón de la calle Santiago ante el ‘barco’ de El Beso de Judas. / Manuel Gómez
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    La Vera-Cruz al iniciar su estación de penitencia. / El Correo
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    El Cristo de la Buena Muerte al salir del Rectorado. / Jesús Barrera
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    Escena del Viernes Santo con la Virgen del Patrocinio de Luis Álvarez Duarte, la dolorosa de la Hermandad del Cachorro. / Manuel Gómez
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Sevilla es uno de esos sitios preciosos de los que uno se quiere ir a menudo. Sobre todo, cuando por el afán de admirar una procesión y disfrutar del ambientillo primaveral y callejero acaba metido en el corazón de una turbamulta prieta, con un tipo silbándole adornos de corneta en la oreja, el sol dándole en la cara, la calva sudando bajo esos 850 grados al sol con que la ciudad celebra el fin del invierno, los niños dando morcilla –los propios o los ajenos–, la garrapiñada atravesada en la garganta sin un mal vaso de El Milagrito que echarse al coleto para disolverla y un carro de bebé empeñado en hacerse un salmorejo batiéndole el sóleo de la pierna derecha, justo por encima del talón en carne viva por los zapatitos nuevos. Así que urge proporcionar una serie de pistas y sugerencias de carácter humanitario-cultural a quienes, sin ser unos catedráticos del asunto ni pretenderlo –que esos ya tienen muy clarito lo que van a hacer, cómo y cuántas veces–, sí desearían pasarlo bien en Semana Santa, ver algunas cosas chulas y evitar los principales horrores del acontecimiento festivo hispalense por excelencia.

La estrategia que se emplee el Domingo de Ramos determinará ya si uno irá luego cayéndose a pedazos durante el resto de la semana o, por contra, logrará mantener el tipo. Se trata de administrar las fuerzas y de hacer un poco de todo: ver pasos, sí, pero también comerse una buena torrija por ahí, endiñarse un adobito llegado el momento, pasear a gusto y comprarle un tamborcito al niño o cualquier otro instrumento de tortura y no quedar atrapados en un amasijo humano. Para ello es fundamental no pisar los alrededores de la Carrera Oficial ni en pintura, salvo en contadas y muy planificadas excepciones que aquí se van a ver, y no pretender ser exhaustivos. Para esta primera jornada hay dos opciones: salir a la calle muy temprano (para recogerse prontito) o muy tarde (para disfrutar la noche), pero nada de agotadores términos medios. En el primer caso, tras visitar a primera hora un par de templos y hacerse con la ramita de olivo (San Juan de la Palma, El Salvador si no hay demasiada cola, San Julián...) hay que ir a ver la Paz en el Parque de María Luisa. Lo siguiente es pegarse un buen repaso en cualquiera de los garitos de la calle San Fernando o un tapeo serio en Las Lapas, conforme se sube por San Gregorio, de manera que el cuerpo quede convenientemente alicatado para la siguiente fase de la operación, que consiste en ir a la Encarnación a ver La Cena y San Roque, que suben casi seguidas. Cabe la opción de tomarse un vasito de helado en el Rayas, junto a San Pedro (la iglesia, no el apóstol), pero lo verdaderamente heavy es ir caminando despacito en busca de La Estrella, con idea de encontrarse la cofradía por Reyes Católicos, previo paso por la heladería La Fiorentina, en la calle Zaragoza, donde ese maestro heladero sin parangón llamado Joaquín Liria estará esperando con sus creaciones con sabor a azahar, pestiño, torta de Inés Rosales y otras maravillas de esas como las que Jesús dio al finado Lázaro para que se dejara de historias y saliera a tomar el sol a la calle. Y por cierto, al ver la cofradía de Triana que nadie se olvide de fijarse en los nuevos ciriales.

Este podría ser un buen comienzo, asumible y no demasiado revientapiernas ni destrozalumbares. A partir de aquí, tanto para este día como para el resto de las jornadas que están por venir, ya cada cual marca su ritmo en función de sus fuerzas y sus ganas. Recomendaciones de lugares y momentos inolvidables hay muchas, pero ya se ha dicho líneas atrás que la idea de partida es no acabar para el arrastre y disfrutar en familia de lo mucho o lo poco que se pueda ver. Todo el mundo sabe que la entrada del Baratillo es espectacular, un baño saetero de padre y muy señor mío; y que la Macarena por la calle Feria o por Parras es para perder la cabeza y parte del tórax. Pero, honradamente, esas sugerencias quedan para las guías oficiales. Así que, partiendo del modelo que se proponía para el Domingo de Ramos –lugares bonitos, nada de gentíos, bares próximos donde sentarse y agradables paseos desentumecedores entre contemplación y contemplación–, aquí van unas cuantas propuestas con mayor o menor grado de dificultad, riesgo o dureza para quien quisiera tomarlas en consideración. No están todas las cofradías, pero eso es solo porque no caben.

La Borriquita

Sí, está claro, los niños quieren verla, pero apenas está cuatro horas en la calle en un recorrido infernal que no ayuda ni pizca. La única opción sensata es abordarla en Villasís hacia las tres y media o cuatro menos cuarto: el único espacio lo bastante abierto y a una hora lo suficientemente temprana como para atreverse sin miedo.

La Amargura-La Estrella

Esto es ya sin niños, y se trata de vivir una especie de primera Madrugá de escándalo. La de San Juan de la Palma, escoltada por las marchas fúnebres más clásicas por la Encarnación a eso de la una de la mañana, con idea de salir de ahí al encuentro de la corporación trianera por la asequible ruta Campana-O’Donnell-Magdalena-Reyes Católicos. La entrada está prevista para las tres menos cuarto, y un lugar muy inspirador para presenciar la cofradía es la desembocadura en el Altozano y primeros metros de San Jacinto; habrá gente, pero no serán las apreturas de la entrada, y además hay mil formas de escabullirse sin problema llegado el caso.

El Beso de Judas

Si el Lunes hace sol, hará mucho sol. Eso es algo que sienta de perlas a esta cofradía, pero que puede resultar enojoso para el paisano de a pie. Un sitio muy recomendable, agradable, relativamente amplio y sombreado es la salida de la calle Santiago haciendo la revirá ya para subir por Almirante Apodaca, a eso de las tres y media de la tarde. Como vía de escape quedan la Plaza de Ponce de León y la de Jáuregui, a la espalda, más la ya citada calle de Santiago, con cafeterías la mar de apañadas y vetustas a apenas siete minutos en cualquier dirección. Si se quiere algo más intimo y gourmet, hay que esperar a la noche y verla de regreso por San Leandro, alrededor de las diez y media o así.

San Pablo

Una de las novedades de este año, y la mayor del Lunes Santo, es que esta cofradía tira de vuelta por la Plaza del Pan, Lineros, Puente y Pellón y margen izquierda de la Encarnación, hasta salir a Imagen. Verla en esos primeros compases de la noche, más o menos a las nueve, saliendo de las apreturas de Puente y Pellón promete una escena de las que hacen afición, con perdón por la rima.

San Gonzalo

Cualquier sitio es bueno, pero en su barrio sabe todavía mejor. En general, una técnica que pocas veces falla es ver las de los barrios a primera hora, al poco de salir, y dejar las del centro para el final de la noche, con un buen descanso en medio –en casa o donde sea–. Muy cómodo y agradable es ver esta entrando en San Jacinto, a las cuatro y media de la tarde.

Vera-Cruz-San Vicente

Lo de que el centro ni pisarlo sigue siendo una recomendación encarecida. Sin embargo, para quien se empeñe en disfrutar de la nota luctuosa de este Lunes Santo repleto de contradiccicones, un planazo es ver Vera-Cruz en la Gavidia a las diez y media y de ahí salir pitando para ver la cruz de carey de Las Penas allí al lado, en el Duque, un poquito después.

Martes Santo

Como este año se han inventado que los pasos vayan al revés, esto es, entrando en la Carrera Oficial por la Catedral y saliendo de ella por la Campana, lo normal es que llueva, que es como Sevilla resuelve estas controversias extrañas. Pero si no es así y salen los pasos, hay que ver la Candelaria en los Jardines de Murillo de día, a las siete de la tarde; Los Estudiantes, de noche por la Magdalena a las diez y media, o algo más tarde por Arfe y el Postigo; y San Benito, ante el monumento a Santa Ángela a las once y media más o menos. El resto, según conveniencia. Pero que nadie se pierda el espectáculo de ver las procesiones a contrapelo en la Avenida de la Constitución, y que todo el mundo se asome por el Duque a ver cómo van saliendo por la Campana. Será histórico de pe a pa. O de pa a pe, mejor dicho.

El Baratillo-San Bernardo

Ambas procesiones cuentan con un número enorme de nazarenos (1.700 y 2.300 más o menos, respectivamente), así que hay que verlas con la fresquita, nada de apreturas, y en lugares que, además de ser bonitos, resulten espaciosos y permitan escabullirse. Una forma muy agradable de rematar la noche del Miércoles Santo con estas dos hermandades sería ver la primera hacia las once en la Plaza del Triunfo y a continuación tirar por el Patio de Banderas, Judería, Vida, Agua, Jardines de Murillo y Puerta de la Carne (tiempo total estimado del precioso trayecto, diez minutos a paso de muñidor) para encontrarse por allí con San Bernardo un poquito antes de meterse ya por los vericuetos de su barrio. Que también es una preciosidad, pero se está más apretado y no es plan.

La Sed

Antes de todo eso, el Miércoles a las tres de la tarde, se puede disfrutar en familia de la procesión de La Sed en uno de esos escasos tramos por los que circula entre la salida y el centro donde no da el sol por todos lados, por arriba y por abajo. Se trata de la calle Jiménez Aranda, por donde va desde Eduardo Dato hasta Luis Montoto. Si después de esto se sienta uno con su gente en cualquier velador de la Buhaira a que lo sorprendan con un cervezón y un salmorejo fresquito, se revalorizarán las dos palabras que componen el nombre de esta jornada semanasantera.

Los Negritos

Muy agradable en la salida, donde corren caballos (es un decir), hay un ambientazo, los niños piden estampitas, caen los pétalos por trillones y se aprecian de maravilla los exornos florales de esta cofradía, que son legendarios. Solo faltaría que fuesen repartiendo torrijas para crear un momento insuperable.

Las Cigarreras

Vale, es verdad, no hay que llamarla Las Cigarreras, sino Columna y Azotes. Pero dicho para quienes hicieron la EGB y por lo tanto saben valorar debidamente la melancolía, La Hermandad de las Cigarreras cuenta en su itinerario con docenas de enclaves donde verla sin apuros de ninguna clase, en particular todo el recorrido por Los Remedios, incluida la salida y la entrada. Pero para quien busque un contexto más monumental y esté ansioso por disparar con el móvil, otro espacio amplísimo es el Paseo de Colón a la altura de la Torre del Oro, por donde pasará la cofradía a eso de las cuatro y media de la tarde. Dos pasos de primerísima categoría y un cortejo exquisitamente proporcionado que también ofrecen una agradable estampa de recogimiento en la oscuridad nocturna de Sebastián Elcano.

La Quinta Angustia-El Valle

No se va a recordar aquí lo impresionante que resulta ver la procesión de La Quinta Angustia, con ese bamboleo dramático que teatraliza la escena del Descendimiento de forma estremecedora. Pero sí se dirá que por la Plaza del Triunfo este misterio presenta una composición de auténtica postal, con el Alcázar a un lado y la Catedral a otro, imprimiendo aún mayor solemnidad a la escena. Eso es tirando hacia las diez y media de la noche, tiempo sobrado para salir pitando luego hacia la Plaza Nueva a encontrarse con El Valle, que tomará posesión del lugar hacia la medianoche.

La Carretería

Una cofradía tan arrebatadoramente romántica y crepuscular hay que verla de forma preferente justo cuando el sol se pone y la tarde se va diluyendo en las tinieblas del Viernes Santo y todo eso. Este fenómeno se suele producir rondando las nueve de la noche por Adolfo Rodríguez Jurado, llegando ya a Hacienda. De esa forma se le queda a uno el alma ya a punto de caramelo y encima, si necesita aire, tiene a sus espaldas la Avenida y la Puerta de Jerez y a su izquierda el río. Esta última opción es más recomendable si se resuelve hacer caso también a la siguiente sugerencia.

El Cachorro-La O

En la Semana Santa, como en todo, cada cual tiene sus preferencias. Pero es posible que algunos compartan la teoría de que el Cristo del Cachorro se ve mejor de día y la Virgen del Patrocinio se disfruta más de noche. Otros, naturalmente, dirán lo contrario. Para ambas facciones hay solución espaciosa: la Ronda de Triana, tras la salida a las cuatro menos cuarto de la tarde, y la esquina de Pastor y Landero con Reyes Católicos ya llegando la medianoche. Esta segunda opción incluye también La O, que viene detrás por el Arenal y que sigue el mismo camino.

La Sagrada Mortaja

Tiene poquitos nazarenos esta cofradía, algo más de trescientos, y eso hace que las esperas para disfrutar de su cortejo y de su único paso no sean muy prolongadas. Con todo, es una hermandad del casco antiguo, y eso supone apreturas garantizadas durante el día en las callejuelas más estrechas. No obstante, a eso de la una de la madrugada no hay tanta gente y es embriagador verla pasar, casi a punto de entrar ya, por esa calle de las Dueñas con sus muros azuleados por la noche y el silencio.

Los Servitas

No debería uno despedirse de la Semana Santa sin ver Los Servitas, esa procesión de duelo cerrado, donde la negrura y el llanto musical conducen por las solapas hasta la mismísima muerte de Cristo. Lo suyo es verla mientras la banda toca la adaptación de la Marcha Fúnebre de Chopin. Y como la oscuridad es un valor añadido a la espectacularidad de esta comitiva, lo recomendable sería contemplarla de vuelta por la Plaza del Cristo de Burgos, bajo la llorosa presencia de los árboles de las lianas, alrededor de las nueve y media.

La Resurrección

Imprescindible como cierre y como razón de ser de la Semana Santa, dando sentido a todo lo anterior y dejando Sevilla cuadrada para la alegría de la primavera, La Resurrección hay que verla por todo su itinerario, que es muy asequible, razonablemente despejado y variopinto. Depende de las ganas de madrugar que tenga cada cual.

Ahora, lo que toca es ir emborronando el programa con el boli, como es tradición, para hacer luego lo que se tercie ignorando los preparativos y dejándose llevar por la intuición y las ganas. Pero teniendo claro que se trata de disfrutar la fiesta y dejar que los demás también lo hagan.