A las ocho y nueve minutos de la noche, con los sones penitenciales del Perdona a tu pueblo retumbando graves y solemnes en las naves pétreas y con el repique jubiloso del bronce de la Giralda como llamada universal a la oración, el Señor maniatado de Torreblanca pisaba el ajedrezado pavimento marmóreo de la iglesia madre de Sevilla. Los hermanos de la corporación decana de las vísperas cumplían de esta forma el sueño de adentrarse con su Cristo en el corazón de la ciudad y conquistar la Catedral de Sevilla, un deseo que rozaron con los dedos hace cinco años y que una mala nube se encargó de truncar. La historia les debía a los hermanos de Torreblanca una segunda oportunidad. Y esta vez los cielos les brindaron el hermoso regalo de un día primaveral, azul, radiante y luminoso.
En una jornada histórica para las cofradías sevillanas y en especial para las hermandades del Viernes de Dolores y Sábado de Pasión, el Cautivo al que rezan diariamente los vecinos de Torreblanca se convertía este lunes en la primera imagen de vísperas en presidir el Viacrucis de las Cofradías de Sevilla en sus 43 ediciones. Y lo hizo con la misma sencillez y humildad de las gentes de su barrio: desprovista de bordados y puntadas de oro la sarga morada de su túnica y elevado en un sobrio canasto de maderas oscuras. No hay mayor exaltación para el Dios de los sencillos. Y en la proa de sus andas, a los pies del Señor, el relicario con la reliquia de Santa Ángela de la Cruz que le regalaron este pasado domingo las restantes hermandades de vísperas con motivo de tan histórico acontecimiento.
El barrio de Torreblanca se quedó vacío para arropar a su Cristo Cautivo en uno de los días más importantes de la historia de una hermandad que en 2019 celebrará sus bodas de plata. Casi 600 hermanos con cirios, empuñando cera roja sacrametal, integraron la larguísima comitiva de acompañamiento: desde niños que no levantaban cuatro palmos del suelo hasta rostros surcados por arrugas pasando por una nutrida representación de jóvenes. La sobriedad y la compostura fueron las notas predominantes en una comitiva cuyas primeras parejas estaban ocupadas por un numeroso grupo de cofrades de los Misterios de Trapani que habían viajado a Sevilla desde tierras sicilianas para participar en este acto penitencial. Portando ostentosas medallas al pecho o escarapelas sobre el traje, la mayoría eran hermanos mayores o capoconsole de cofradías de Trapani y de Palermo como las del Arresto (Prendimiento), la Columna y Azotes o la Caída al Cedrón, ésta última hermanada con la sevillana cofradía de la Milagrosa.
Al filo de las cinco de la tarde, la conmovedora estampa del Cautivo quedaba enmarcada bajo la ojiva de Santa Marina, a cuyas puertas formaba una representación con varas y estandartes de la hermandad de La Resurección para despedir al Divino Huésped que vino por segunda vez desde Torreblanca de los Caños.
Delante de las andas, con la medalla de la hermandad al cuello, cangrejeaba el delegado diocesano de Hermandades, Marcelino Manzano, quien resaltaba «el testimonio de fe» que estaban dando los hermanos de Torreblanca. En la presidencia de la procesión, junto al hermano mayor, José Manuel Romana, el presidente del Consejo, Jaoquín Sainz de la Maza, el delegado de Fiestas Mayores, Juan Carlos Cabrera, y la delegada del Distrito, Adela Castaño, figuraba también el «padre fundador» e impulsor del movimiento cofrade en el barrio, el sacerdote Antonio Olmo Civanto, párroco de San Antonio de Padua durante 16 años y ahora al frente de la parroquia de San Francisco de El Puerto de Santa María, donde los jesuitas regentan un colegio.
Brillante resultó también el acompañamiento musical de las andas, integrado por el coro de la hermandad del Dulce Nombre de Alcalá de Guadaíra y la Escolanía de María Santísima de la Trinidad de la hermandad de la Divina Misericordia del mismo municipio, un grupo de 25 niños de entre 4 y 11 años en cuyo repertorio se mezclaron los motetes penitenciales de autores como Bach o Gómez Zarzuela con cánticos populares.
Uno de los momentos más esperados del traslado de ida fue la parada del Cautivo ante la Casa Madre de Santa Ángela de la Cruz, adonde por un permiso especial concedido por la superiora, se desplazaron seis religiosas de la casa que las sucesoras de Madre Angelita tienen en el barrio de Torreblanba desde los años ochenta.
De nuevo las escalinatas de las Setas se convirtieron en improvisado mirador para deleitarse con la sencillez de un Dios maniatado al que sorprendió la noche cruzando la plaza del Salvador, entre sonidos de vencejos, y a cuya estela arrastraba en silencio a centenares de fieles y devotos conscientes de estar viviendo un día para el recuerdo.