Sólo quien se implica a diario activamente en la vida de hermandad y ha ido creciendo en la responsabilidad de gobierno de su cofradía universitaria sería capaz de saber que una levantá del Cristo de la Buena Muerte «dura, exactamente, lo que se tarda en musitar un padrenuestro». Sólo quien se harta de patear las calles en Semana Santa buscando a Cristo en cada esquina habría reparado en que son treinta y cuatro los faroles del puente de San Bernardo que «le sirven de ciriales al Cristo de la Salud» cada Miércoles Santo. Sólo quien ha ascendido, peldaño a peldaño, ese cursus honorum del escalafón de una hermandad sabe que a muchos jóvenes sacar un cirial en Semana Santa puede costarles «limpiar más plata que toda la que vino de América». Sólo quien cimenta en la fe el pilar de su vida y alimenta a diario su espíritu con el Evangelio de la Palabra habría sido capaz de abrir y cerrar su pregón con ese «¿A quién buscáis?» que resonó primero en Getsemaní y, por último, en el sepulcro vacío.
El pronunciado este domingo por José Ignacio del Rey Tirado es un pregón puramente vivencial, amasado en su recio compromiso de vida cristiana a través de las cofradías. Nada de lo que expuso en el escenario del Maestranza se lo han tenido que contar a este joven abogado. Todo lo ha vivido y aprehendido por sí mismo, primero en el hogar familiar y luego en sus años de juventud escuchando marchas clásicas en las «cintas de Pasarela» o pasando una y otra vez, hasta casi gastarlas, las hojas del Carrero, del Gutiérrez o del «especial del Correo de Andalucía del Viernes de Dolores». El del tercer apellido Del Rey que ha anunciado la Semana Santa se recordará como un pregón auténtico, moderno, comprometido, valiente, pleno de hondura, pero también de ocurrencias que arrancaron en más de una ocasión las risas del auditorio. Un pregón por y para los cofrades, en el que reivindicó el importante papel que desempeñan las hermandades en la ciudad y que alcanzó su cima emocional con esa vibrante arenga apelando a la «valentía» de los sevillanos para reconquistar la calles y rescatar a la Madrugá de los peligros que la acechan.
Para ensartar los distintos pasajes de una alocución que combinó la prosa y el verso y que se prolongó durante una hora y cuarenta y un minutos, el pregonero recurrió a un hilo conductor escasamente utilizado, al menos en la era moderna de los pregones: el relato cronológico de la Pasión escenificado en las calles y plazas de la ciudad y a través de sus cofradías.
Por el arranque de su pregón Del Rey hizo desfilar a todo ese heterogéneo universo de anónimos personajes que pueblan la Semana Santa de nuestros días, desde los «frikis» que no se pierden un ensayo o un traslado, hasta lectores de webs y foros, pasando por los que la viven obligatoriamente abrazados «a la cruz del sofá y el televisor» para cuidar en casa de sus padres.
Uno de los aplausos más tempraneros se lo llevó el pregonero por el pasaje dedicado a las hermandades mal llamadas de vísperas, término que, a su juicio, «no encaja con la verdad». «Dicen que están lejos del centro, que no llegan a la catedral, cuando son ellos los que llevan la catedral a cuestas y meten triunfantes a sus barrios en la Semana Santa, con lo que tienen, con la verdad de la fe nueva», reivindicó.
Del Rey también aprovechó los primeros compases del pregón para apuntalar algunos de los mensajes claves de su texto, como ése de que las hermandades son algo más que música, pasión y color. «Somos formación, asistencia y amor (...) Somos los que enseñan a Dios en lugares donde nunca han oído hablar de Él (...) Y luego dicen que las cofradías estorbamos en la calle».
En más de una ocasión el pregonero recurrió al humor, la guasa y la ironía en su texto. Muy celebrado fue el fragmento que dedicó a repasar las frases hechas que adornan la vida del incauto cofrade que es captado por el hermano mayor para cubrir un puesto en la junta. «Es muy sencillo, estos son dos ratos a la semana...», cuando en realidad «dos tardes es lo que termina yendo a su casa».
El pregonero pidió respeto para su Fe frente a quienes se introducen en la Semana Santa atraídos simplemente por su belleza o como mera «manifestación antropológica» y salpicó su discurso de alguna que otra anécdota que revela a las claras que, a veces, la Semana Santa no puede explicarse con palabras, como la de ese mayordomo de San Benito de los años cincuenta que, ante la falta de otro medio de transporte para viajar a Sevilla, aceptó ir esposado y junto a presos que iban camino del penal de El Puerto para no faltar a su cita con el Martes Santo.
Al igual que hicieran sus últimos predecesores en el atril, Del Rey también recurrió a introducir un guiño musical en el pregón. Fue, en concreto, cuando se refirió a la Macarena, a la que evocó cruzando la Plaza de España cuando en 2014 celebró su salida extraordinaria con motivo del cincuentenario de su coronación. Sonaron entonces los acordes de Suspiros de España.
De una gran calidad descriptiva fue la prosa que dedicó el pregonero a homenajear a su hermandad del Silencio, con una bellísima enumeración de los elementos que hacen distinta a la Archicofradía del gloria nazarenorum.
Pero faltaba por llegar el que, sin duda, será el mensaje más recordado del pregón. El fervorín que, a modo de bando y con la venia del alcalde, proclamó Del Rey invitando a los sevillanos a movilizarse para salvar una Madrugá «en peligro» y no dejar «solo al Señor en la noche de su pasión». «Unas carreras y la mala educación no nos pueden derrotar», dijo, al tiempo que apeló al respeto y a la sana convivencia de todos. «A Dios no se le puede recibir bebiendo y comiendo», aseveró.
En la recta final del pregón a Del Rey le dio a tiempo a evocar al Gran Poder en su última salida extraodinaria de noviembre («¿Quién es este capaz de conseguir que el sol tenga nostalgia de noviembres?), a solicitar de los cofrades un empujón al proceso de beatificación del venerable Miguel de Mañara, y a enseñorearse con su hermandad universitaria hasta proclamar con orgullo un «yo soy de Los Estudiantes».
Como en el relato de los Evangelios, el pregón concluyó con el sepulcro vacío y con un Del Rey imaginando a su Cristo universitario despierto, liberado de la cruz y disfrutando de su mirada «tras al fin poder saber de qué color son los ojos del Cristo de la Buena Muerte».~