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Actualizado: 06 jun 2022 / 07:09 h.
  • Emisión en directo. Salida de la Virgen del Rocío (VÍDEO: 3:21:30) / Canal Sur
  • La Virgen de los cuatro elementos
    Momento del salto de la reja. (VÍDEO: 3:21:30)

La aldea del Rocío sin la Virgen sólo es un páramo. Una especie de Marina D´or donde muchos jóvenes, y no tan jóvenes, aprovechan la coyuntura para pasarlo bien en las casas amparándose en la falta de seguridad que existe cuando Ella no está.

La Virgen es capaz de llenar ese vacío en el que estos años han vivido esas arenas y esos atardeceres únicos. Ella sola puede albergar cientos de miles de personas tras una pandemia, decenas de negocios ambulantes intentando recuperarse de un golpe devastador para la economía y hasta conseguir que haya cobertura en lugares en los que durante 364 días al año es imposible mandar un mensaje.

La Virgen de los cuatro elementos
Momento del salto de la reja.

Muchos no entenderán que los almonteños llamen forasteros a los de fuera, que se peleen al saltar la reja para sacar a la Virgen, esa forma de andar en la que cada tres pasos hay una caída... pero todo eso es la idiosincrasia de una forma de vivir la fe y la religión.

Las campanas volvieron a repicar pasadas las 3 de la mañana, cuando el Simpecado de la Hermandad Matriz de Almonte llegó al interior de la Ermita y los almonteños volvieron a hacer suya a la Virgen, no sin antes vivir un par de amagos de salto.

La Virgen dejó el mármol de la ermita para fundirse en esas arenas que invaden toda la aldea y que hacen que el caminar por allí sea lento, cargante y hasta pesado. Ella volvió a tocar la tierra a hombros de los suyos.

Sigue impactando como el primer día ver a la Virgen pasear entre ese mar de cabezas y pequeñas luces, similar a lo que se puede contemplar a alzar la vista al cielo cuando se mira desde un lugar con mucha oscuridad. Exactamente eso trae la Virgen del Rocío, luz en la oscuridad. Hacía mucha falta que uno de los faros más luminosos del cristianismo alumbrase tras estos dos años de viaje en un túnel.

Los vivas se iban sucediendo a la par que la Blanca Paloma iba visitando casas en esa forma de pasear tan singular que recrea las olas del Atlántico que rompen a poco más de 20 kilómetros. Una fluctuación que sólo se entiende cuando uno está allí y lo vive por primera vez. No hacen falta órdenes porque todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. No hace falta un llamador, ni un ‘a esta es’, tampoco capataz ni contraguías. Tampoco un Consejo que fije los horarios ni un Cecop que coordine los recorridos.

Si hay un momento que destacar de toda la procesión es el reencuentro de la Virgen con el Sol. Esos primeros rayos de luz que dan en su rostro y que son capaces de iluminar todas las caras de los presentes. Un rayo de fuego que nos devuelve a la normalidad y que nos hace volver a estar con los que nos abandonaron. Un calor que nos indica que siguen estando allí con nosotros.

La Virgen de los cuatro elementos se reencontró con su aldea. Ya no es Tabernas, aunque haya muchas de ellas. El oasis vuelve a estar hasta arriba del líquido elemento de la fe.