La antigua Soledad del Carmen había recuperado la estación del Viernes Santo en 1860 desde el agonizante templo de San Miguel que se levantaba en la actual manzana de los sindicatos del Duque. Es bien sabido que el catalizador de esta revitalización fue el erudito decimonónico José Bermejo, que también hizo las gestiones necesarias para que la Virgen saliera a la calle aquel año sobre el antiguo paso del Cachorro. En 1861 volvió a salir de nuevo, bajo palio y con otro paso con la Santa Cruz –la del nazareno del Patrocinio- que había también había cedido la cofradía trianera. Así se mantuvo en 1862 aunque en el 63 llegó una nueva modificación al suprimir el paso de la Cruz y seguir manteniendo a la última dolorosa de la Semana Santa de Sevilla bajo palio. “En 1864 volvió a salir con la reforma y enriquecimiento del palio, para lo cual se había adquirido terciopelo y galón de oro, gracias a las aportaciones del Ayuntamiento”, según añade Ramón Cañizares Japón en su imprescindible obra ‘La Hermandad de la Soledad: devoción, nobleza e identidad en Sevilla’.
Pero en 1865 iba a llegar el estreno de un nuevo dosel con “puntas anchas, las caídas guarnecidas de plata y terciopelo y adornado de una cornisa elegante también del mismo metal”, según recogen las crónicas de la cofradía que han sido estudiadas concienzudamente por Cañizares. La Virgen, señalan las mismas fuentes históricas, vestía una saya de terciopelo bordada en oro y salió a la calle acompañada musicalmente “de una chirimía lúgubre”. El archivero soleano también aporta otro dato relevante: “los nazarenos iban con una nueva túnica blanca, con cinturón y antifaz negros y la medalla en la que figuraba el escudo de la corporación”. También fue de estreno una nueva cruz de guía con fondos de terciopelo negro y ribetes de plata. Al año siguiente, 1866, no hubo cambios notorios. Sí hubo novedades en 1867, que sólo trajo la novedad de cubrir a la Señora con un flamante manto bordado con ángeles que también estrenó peana, faldones, las canastillas de los diputados y hasta las bocinas.
En 1868 se verificó la última estación desde San Miguel estrenando –sin pagar ni terminar- el mismo manto de los Soles que sigue llevando la última dolorosa de la Semana Santa de Sevilla en su estación del Sábado Santo en el inconfundible paso de la cruz y las escaleras de Santiago Martínez. Pero en vísperas del otoño comenzaron a desatarse los acontecimientos: la junta revolucionaria había decretado el derribo de San Miguel. No había tiempo que perder; la entrada de la piqueta era inminente, inapelable. El historiador y soleano Álvaro Pastor Torres apunta algunas razones para explicar esas prisas situándolas en el “exacerbado anticlericalismo de muchos dirigentes políticos de la época” además de “claros intereses especulativos de carácter inmobiliario dado el privilegiado espacio que ocupaba el solar resultante”. Nada nuevo bajo el sol...
Había que buscar nueva casa. La hermandad se reunió en cabildo el 7 de octubre de 1869 valorándose el ofrecimiento del párroco de San Lorenzo –hermano mayor de la corporación soleana- que ponía a disposición de la corporación la capilla de la Pastora. Así fue aceptado sin que se conozca el día exacto de aquella mudanza que, tal y como explica Ramón Cañizares, tuvo que ser anterior al 18 de noviembre, fecha del primer cabildo celebrado en San Lorenzo. Los hermanos habían llevado consigo las rejas de la capilla de San Miguel y las preciadas losas de Génova. San Miguel fue derribado y sus restos se vendieron como material de acarreo, levantándose sobre su solar el recordado Teatro del Duque en el que, curiosamente, trabajaron no pocos soleanos a las órdenes de Máximo Méyer, empresario teatral y benefactor de la hermandad en los primeros años del siglo XX. El desastre se había consumado pero la Soledad había encontrado su definitivo lugar en el mundo abriendo los cimientos de su condición de cofradía del barrio.