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Actualizado: 09 mar 2017 / 22:16 h.
  • Carátula de la película ‘Semana Santa’. / Cedida por Juan Lebrón
    Carátula de la película ‘Semana Santa’. / Cedida por Juan Lebrón

La conmemoración del XXV Aniversario de la Expo 92 está devolviéndonos a la memoria un momento clave que puso a Sevilla en el centro del mundo. Además del desarrollo urbanístico, la Exposición Universal también supuso un cambio en la percepción que la ciudad tenía de sí misma. Aprovechando aquel protagonismo internacional, se promovieron iniciativas culturales para mostrar la esencia sevillana de una forma hasta entonces inédita. Éste fue el caso de la película Semana Santa, que próximamente cumplirá sus significativos 25 años.

La idea de hacer un film sobre la Semana Santa sevillana fue gestada por Juan Lebrón en 1989. Con un presupuesto total de 170 millones de pesetas, en 1991 decidió materializar el proyecto, encargando la ambientación sonora a Antón García Abril y la dirección a Manuel Gutiérrez Aragón. El equipo de producción, por lo tanto, asumió el rodaje para ese mismo año, incorporando algunas imágenes anteriores.

Para el director fue un trabajo excepcional, en sus propias palabras, «una obra de montaje», ya que en lugar de filmar, tan sólo se limitó a montar a modo de documental el material entregado por Lebrón, casi 24 horas grabadas en 30 kilómetros de película. Asesorado por el guion de Carlos Colón, Gutiérrez Aragón se ciñó al estricto orden de las jornadas para plasmar el carácter de rito fijo e inamovible, que define el valor histórico de las procesiones.

El interés de Lebrón por captar los ambientes de la Semana Santa y sus momentos previos a través de la luz requirió un despliegue técnico sin precedentes, cuya principal apuesta se reservó para la Madrugada. Con el fin de recoger la atmósfera única del amanecer del Viernes Santo, un helicóptero sobrevoló la Giralda para tomar los primeros rayos en el horizonte del Aljarafe, al tiempo que se aproximaba a la hermandad de la Esperanza de Triana atravesando la Catedral, a los Gitanos en La Campana, a la Macarena en El Salvador y al Gran Poder ya en su entrada.

El malestar producido por el ruido y el vuelo bajo del aparato provocó las más encendidas protestas de la prensa local, que denunció lo ocurrido en las primeras páginas de las ediciones del sábado. Creyendo que se trataba de un spot sobre la Expo, los sectores contrarios al evento no dudaron en calificar aquello como «atentado contra la Semana Santa», «ultraje a la ciudad» y «profanación de la Madrugada». Lejos de amainarse, la polémica creció con las semanas hasta el punto de saltar a los medios nacionales. Se acusó al helicóptero de volar sin permiso, de apagar los cirios del Gran Poder y de levantar los pétalos del palio de la Macarena. También se especuló sobre la procedencia de la nave, se exigieron dimisiones del delegado del Gobierno y de Jacinto Pellón e incluso fue objeto de acalorados debates en el pleno municipal. Ni siquiera bastaron las explicaciones y disculpas públicas de Juan Lebrón.

La cinta retrata básicamente la Semana Santa y la Sevilla de 1991, un año marcado por la transformación completa de la ciudad. Ello puede verse claramente en algunas escenas que nos muestran vallas en La Magdalena, grúas en la Plaza Nueva y unos novedosos perfiles que ya despuntaban en la Isla de la Cartuja. La expectación por la Expo está reflejada en detalles como el manto liso de la Estrella, que al igual que la mayoría de las cofradías reservó sus estrenos y restauraciones para el pletórico 1992. Pese a las lluvias previstas, fue una Semana Santa sosegada y plena, en la que el interés informativo se centró en las típicas visitas a los templos, la ofrenda de la Condesa de Barcelona a Pasión, la adhesión de la Basílica del Gran Poder al Pabellón de la Santa Sede o la caída del Cristo de la Carretería al atravesar los palcos.

Mención especial merece la banda sonora compuesta por siete marchas procesionales orquestadas y adaptadas con estructura sinfónica de concierto por García Abril. La interpretación magistral de la Filarmónica de Londres logró crear unas versiones sorprendentes por la delicadeza de sus detalles y la grandiosidad de las melodías. El compositor quiso así insuflarle el sentimiento y el espíritu a las imágenes, introduciendo contrapuntos y elementos constructivos que enriquecían la estructura original desde el más riguroso respeto. La música fue completada con los sones de la Centuria, con las saetas de José de la Tomasa y con esa otra sinfonía creada por el crujido de las canastillas, el tintineo de las campanillas de la Borriquita y de los guardabrisas del Cristo del Amor, el murmullo de las bullas o el racheo del andar del Gran Poder.

Estrenada el 9 de abril de 1992 en los Multicines Alameda, permaneció durante dos meses en cartelera superando títulos como El silencio de los corderos o Pesadilla final, la muerte de Freddy. Las voces críticas del pasado se tornaron en los más entusiasmados elogios, reconociendo la cinta como «pregón audiovisual», «regalo a la ciudad» o «fastuoso espectáculo». Han pasado 25 años y aún sorprende a quienes la vimos en su día y a los que se acercan por primera vez a una Semana Santa de ensueño plagada de estampas que hoy se nos antojan imposibles. Así podemos recrearnos en visiones idílicas como la del Cristo de las Tres Caídas saliendo de la Catedral iluminado únicamente por un amanecer libre de móviles y flashes. A su carácter artístico, el tiempo le ha sumado el valor de documento histórico, formando parte de esas creaciones imprescindibles sobre nuestra Semana Santa, a la altura de los artículos de Chaves Nogales o del ensayo de Núñez de Herrera.