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Actualizado: 28 oct 2016 / 23:50 h.
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No solo con ejércitos se coloniza, también se lleva a cabo suplantando la identidad cultural de un pueblo con la de otro, ajeno y dominante. Acogemos lo que llega de fuera con una hospitalidad asombrosa, dejando que se introduzcan en nuestros hábitos de una forma callada, suplantando nuestra personalidad histórica, todo envuelto en un tufo comercial insoportable. Sufrimos además la insistencia de justificar Halloween como una fiesta que está porque siempre estuvo, alegando ser una tradición ancestral que no nos viene de ningún sitio y que a los niños, siempre los más vulnerables, les hacen vestir, pensar y defender lo que en cierto modo no les corresponde por su procedencia extranjera. El éxito entre el público infantil es fácilmente entendible; disfraces, trucos y tratos entre sustos vecinales, chucherías y el día siguiente, sin colegio. Y es positivo según se mire; las nuevas generaciones que conviven en miscelánea de tradiciones permiten conocer, saber de otras culturas, crecer como personas. Que los niños ahora tengan más oportunidades debería aprovecharse para sumar, no para perder cosas por el camino. Que sepan vestirse de esqueletos con guadañas pero que también sepan de Bécquer, de El Monte de las Ánimas, de to Santos y de Don Juan Tenorio, quien gracias al amor de Doña Inés, se redimió de sus pecados. Es necesario reivindicar este amor frente a las calabazas de Halloween, máximo cuando el escenario es una Sevilla romántica, algo que a los niños se les debería dar a conocer de igual manera, en un imprescindible alegato meridional de difuntos.

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