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Actualizado: 17 sep 2016 / 22:59 h.
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No se me ocurre mayor castigo que éste, mayor pena que no poder acercarte al que es nuestro sostén, nuestro agarre, nuestro último consuelo, nuestra esperanza, no poder besar su talón, no acercarse a sus manos, no buscar el refugio de su mirada... Pues ésta es la pena, medida cautelar, que ha determinado el juez de guardia para el presunto autor del incendio (pequeño porque se actuó rápido) que el pasado lunes se produjo en la capilla del Sagrario de la basílica del Gran Poder. A 300 metros del Señor, ha dictaminado.

El suceso, que prácticamente quedó en nada (se quemó un paño de altar «muy valioso por su artesanía», otro paño de hilo menor y afectó a la mesa de altar levemente), hizo de nuevo saltar las alarmas sobre la seguridad en los templos, verdaderos cofres de obras de arte, amén de cobijo de nuestras devociones.

Precisamente la basílica del Gran Poder cuenta con cámaras de seguridad en todas sus dependencias, una mampara que protege al Señor de Sevilla (más alta desde la agresión que sufrió en junio de 2010), y el telón cortafuego que resguarda a la imagen. Como decía estos días el hermano mayor de la corporación, Félix Ríos, no pueden tener un guarda de seguridad detrás de cada feligrés que entre en el templo y se acerque a rezar, entre otras cosas porque los fieles acuden a las iglesias a tener un encuentro con el Señor y no se puede, o no se debe, violentar esa intimidad, ese recogimiento. Y afortunadamente por cada desiquilibrado que busca hacer daño hay tres, como en esta ocasión, que acuden rápidamente a sofocar el fuego.

Por cada agravio, un acto de exaltación de la Eucaristía que vuelve a llenar la basílica. Y por cada alarma, la serenidad, la respuesta ejemplar de una hermandad que sabe actuar con cautela y misericordia.

La hermandad no pretende más que proteger el legado recibido y la devoción de tantos sevillanos. El perdón viene del Señor, pero la justicia ordinaria tiene que velar por que el autor pague por el daño ocasionado contra el patrimonio.

Y, de momento, el castigo (aunque Dios está en todas partes) no puede ser mayor: alejamiento del Señor de Sevilla. ¿Se le ocurre algo peor que no poder visitar al Gran Poder?