Image
Actualizado: 04 sep 2018 / 22:53 h.
Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado

«No hay Alfonso malo» nos decía cada vez que bebíamos juntos una copita del Alfonso jerezano. Y se nos fue. Y su tránsito se produjo de la forma que él quería y que nos decía cuando, a veces, hablábamos de la muerte mirándola siempre de frente. Muy posiblemente, ni se enteró.

Parafraseando a Benedetti, la muerte, que hace unos años era la de los otros, empezó a ser la nuestra. En cuatro meses, han muerto dos muy queridos Plurales. Y cada nuevo vacío nos duele casi físicamente. Nos miramos, lloramos, nos apretamos al abrazarnos y, unos a otros, nos decimos: ¡p´alante!... Pero cada vez nos cuesta más. A nuestras edades, la falta de uno de nuestros apoyos, nos produce ineludiblemente un sensible efecto a la hora de caminar por la vida. Ahora, Poncho, amigo, te estamos llorando. Pero ahí va nuestra promesa: por ti y por todos los demás, contigo y con todos los demás, seguiremos caminando lo más enhiestos que nos sea posible. Y seguiremos peleando por las mismas cosas por las que juntos hemos peleado. Y tu Rocío, la esposa y compañera que compartió contigo tanta vida y que ahora siente que se ha quedado sin suelo bajo los pies, estará con nosotros, contará con nosotros y vivirá con nosotros nuestras penas y alegrías.

Alfonso Campoy Moreno, Poncho, como cariñosamente le llamábamos, fue uno de los puntales de nuestra amistad. Cuando abría su alma y su vida a un amigo, éste ya podía contar con un aliado permanente. Nunca podría soñar con tener un defensor más esforzado y fiel en cuantos avatares pudieran presentársele. Pasara lo que pasase, siempre lo tendría a su lado. Para él, cada amigo era un ser maravilloso y bueno. Nunca admitió una crítica acerba respecto a ninguno de ellos. Tuvo dos tertulias, la nuestra de los martes por la noche y la de compañeros de los Maristas, los viernes al mediodía. Fue uno de los fundadores de ambas. Y, después de su jubilación, tuvo también una reunión con un amigo de siempre, José-María Aguilar, los martes por la mañana en el Corte Inglés de Nervión para rebuscar películas. Era impensable que Poncho pudiera faltar a alguna de esas citas. El encuentro con los amigos le daba vida y él daba vida a los demás. Y algunos de nosotros, que hemos conocido a sus otros amigos a través de sus ojos, los hemos considerado siempre como esas magníficas personas sin mezcla de mal alguno que para él fueron.

Poncho fue muchas cosas, pero, por encima de todo, fue un amigo fiel, un enamorado de la amistad. Él, un cristiano creyente, que no crédulo, vivió con sus amigos esa relación que hizo exclamar a los que observaban a los grupitos de primeros cristianos: «¡Mirad como se aman!» El nos decía que uno de los nuestros, había sido el «culpable de su conversión» en aquellos tiempos del Campamento de las Milicias Universitarias. Lo idolatraba. Y estuvo con él en todas aquellas aventuras de la JUMAC, de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta. Con otros amigos en la inolvidable Radio Vida como encargado de la sección de temas internacionales. Y con el cura Javierre en los tiempos, venturosos primero y borrascosos después, de El Correo de Andalucía. En estos momentos era un decidido y apasionado defensor del Papa Francisco

Poncho fue un magnífico profesional que gozó de la confianza de Aguirre Gonzalo, el que fuera Presidente del Banesto. Con éste fue jefe de la asesoría jurídico-laboral del Banco. Y allí forjó su leyenda: en las negociaciones laborales siempre conseguía un acuerdo honorable. Lo lograba a base de conciliar, no sin esfuerzos ni dudas, su fuerte ética personal (la llamada ética de la convicción) con su debida profesionalmente ética empresarial (la llamada ética de la responsabilidad). Y como sevillano de elección (él nació en Almería) nunca se plegó a trasladar su domicilio a Madrid o Barcelona. Pechó con la incomodidad de los innumerables viajes en avión que esta decisión le supuso.

Y, como ajedrecista consumado, desempeñó durante algún tiempo el cargo de Presidente de la Federación Española de Ajedrez en la que contó con la amistad y el reconocimiento de muchos de los personajes de este deporte, entre ellos el de quien fue campeón del mundo Boby Fisher con el que hizo algunos viajes y consiguió traerlo a Sevilla. Aun seguía jugando por Internet con ajedrecistas destacados. Y nos dejó por escrito, en un artículo, su concepto del buen ajedrecista: «El ajedrecista aprende a refrenar sus impulsos, a ser prudente, a no precipitarse, y, por otro lado, también aprende, porque es necesario, a arriesgarse y lanzarse en un momento determinado». Para nosotros, con estas palabras se estaba definiendo.

Políticamente, fue un andalucista militante. Estuvo en el andalucismo desde su fundación en ASA, pasando por el PSA, hasta su disolución reciente como PA. Pero nunca ocupó ningún cargo. Su carácter conciliador no le privó nunca de su acendrado espíritu crítico.

Y, como aficionado, al cine musical llegó a contar con una de las mejores colecciones de musicales que existen en Sevilla. Y entre nosotros era proverbial su admiración por Shostakovich, no solo por su música sino también por su vida que conocía al dedillo. ¡Y qué decir de los vinos de Jerez! Los olorosos, palos- cortaos y amontillados eran sus preferidos. Cuando terminábamos una botella, la besaba y la tumbaba. ¡Tantas veces los hemos bebido juntos! La última, el 21 de Agosto pasado en El Rompido en torno a una botella especial de palo-cortao. Uno de nosotros dijo unas palabras sobre lo que representábamos los unos para los otros. Nos emocionamos un poco. Y nos levantamos felices para brindar «por nuestra bendita amistad». Y nos abrazamos. Cuando Poncho se abrazó con el que había pronunciado las palabras del brindis, solo se oyeron dos palabras musitadas con esa ternura que pocas veces los hombres sacamos a relucir: «Rafaelillo....», «Ponchete...». Poco podíamos imaginarnos que aquel abrazo era el último.

Alfonso, Manuel, María, Rocío, Asunción, así era vuestro padre: un hombre ejemplar. Él siempre nos habló de cada uno de vosotros con admiración y orgullo. Con la misma admiración y orgullo, vosotros y nosotros hablaremos siempre de él. Vosotros, como vuestro padre. Nosotros, como nuestro amigo del alma.