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Actualizado: 21 ene 2023 / 11:07 h.
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  • Alquilar no es rentable

“¡Hay que ver como devuelven el piso!” Es el grito de queja de la casi totalidad de los arrendadores, por no decir la totalidad, cuando pretenden ahorrarse incluso la pintura entre uno y otro inquilino. Parece que el importe percibido por el alquiler debe ser enteramente beneficio, sin coste de ningún tipo. ¿A quién no le encantaría un negocio tan boyante? Sin embargo es el alquiler de viviendas el único dónde se obtiene beneficio sin el más ínfimo gasto. El del automóvil, por el contrario, aparte del importe de alquiler sólo hay que pagar el combustible. Hasta la sustitución de una rueda va por cuenta del arrendador, ventaja lucrativa sólo considerada para sí por los arrendadores de viviendas.

El alquiler de viviendas no se plantea como un servicio, ni siquiera como un intercambio mercantil, sino solamente como lucro para una parte dónde todo cabe en beneficio de ese lucro y en cuya consecuencia el arrendador pretende cargar al arrendatario el coste del mantenimiento, es decir, el desgaste normal de los materiales, a sumar al importe satisfecho por el alquiler propiamente dicho. Como aquel señor que pretendía cargar la sustitución de una mesa porque se habían desgastado las roscas de las patas, o aseguraba que había habido un incendio (que nunca sucedió), para justificar la reclamación de que le pintaran el techo de la cocina. Pero el importe del alquiler existe para incluir en él ese gasto de mantenimiento sin sumárselo. Es una de las ventajas de que goza el negocio del alquiler junto a la posible deuda contraída por el inquilino, independiente del motivo, contrariamente a otras deudas que no disfrutan de juicios rápidos. Distinto sería que el Estado, en cumplimiento de la Constitución, se hiciera cargo del alojamiento digno permanente de quien se viera imposibilitado de hacer frente al importe del alquiler, importe que en este momento está como mínimo en los dos tercios del salario, lo que con frecuencia hace imposible su cumplimiento. Pero no por morosidad, no por voluntad de quien se ve obligado a satisfacer tan alta cuota para poder vivir, sino todo lo contrario: por voracidad del propietario sea una sociedad mercantil o una persona. La especulación no depende de quien la hace, sólo depende de sí misma y también se da entre los más honrados y amables padres y madres de familia.

Eso ocurría con la que señora aseguraba “no poder” bajar el precio del alquiler, porque era lo que tenía que desembolsar por la hipoteca del chalet. Es decir: requería que el inquilino le regalara el chalet. A pesar de los dolores de cabeza que puede dar a Feijoo, Ayuso y sus gentes, el Estado debería hacer viviendas para alquiler que no sobrepasen el veinte por ciento del SMI. Sería la única forma de combatir esa voracidad demostrada por los propietarios de todos los tamaños y formas.

En España se critica a menudo que todo el mundo quiera tener un piso en propiedad, que aunque se alquile, el alquiler es un recurso extremo porque todos preferirían no tener que alquilar. Y tiene su explicación: no es de recibo que un alquiler cueste más que una cuota de hipoteca. Ni lo es que el arrendatario se convierta en trashumante, porque a los cinco años (y menos mal, porque en algunos casos es a los tres) se vea obligado a buscarse otra vivienda o a transigir con la subida que al propietario se le antoje aplicar. O tenga que sufrir los precios impuestos por las inmobiliarias quienes manejan la valoración —la llaman tasación— menos científica que pueda verse, o que toda su comisión se la impongan al arrendatario. O todo lo que se ha dicho más atrás. Alquilar no es rentable... para el inquilino. Es necesario reiterar: a pesar del dolor que ello produzca a la actual oposición política, si el ejecutivo no mete mano en el negocio de los alquileres, si no los regula teniendo en cuenta también los intereses y las posibilidades de quien paga, que es el inquilino, el alquiler será siendo un recurso extremo. Extremo e indeseado.

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