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Actualizado: 02 jun 2021 / 17:40 h.
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  • Amar el gazpacho, morir por él

Un momento, un momento, que esto son palabras mayores. Guardé hace días una noticia que leí en este diario. Titular: Lidl anuncia un innovador gazpacho elaborado con tomate Rosa. Subtítulo: “Pepa Muñoz, conocida popularmente como la “Chef del Tomate” y galardonada con un Sol Repsol, ha elaborado la receta”. Miren, no sé ustedes, pero yo amo el gazpacho y he seguido su evolución desde que lo vi hacer majándolo en un mortero hasta hoy que lo compro fresco en botella de caducidad corta, pasando por la túrmix, el brazo eléctrico, el tetrabrik y la Thermomix. Ignoro por qué el mundo no está lleno de máquinas que expendan gazpacho como vomitan Coca-Cola que anda que lo mismo va a ser una cosa que otra por más que uno de los dos o tres hombres más ricos del mundo, Warren Buffet, presuma de yanqui diciendo que desayuna con Coca-Cola. También he visto a gente comiendo platos exquisitos con Coca-Cola y no sé por qué no los han detenido o multado. Si la Coca Cola es “la chispa de la vida” el gazpacho es el orgasmo de la existencia.

Bastaría con que unos cuantos actores de Hollywood y otros ases del espectáculo de masas aparecieran bebiendo gazpacho a menudo para que se volviera más universal porque desde luego con la película aquella de Almodóvar, Mujeres al borde de un ataque de nervios, no bastó, a pesar de que el gazpacho era protagonista. Bendigo a América -no me refiero sólo al país sin nombre que se ha apropiado del continente que nos aportó el tomate y de su nombre- porque aquí no había tomate y ahora mi experiencia me dice que valoramos más a esa maravilla de la naturaleza en España que en la misma América.

Echo de menos aquellas gazpacherías que se abrieron en Sevilla antes, durante y después de la Expo. Nosotros mismos las hemos cerrado con eso de que eran caras y de que cada uno se hace el gazpacho en su casa y está más rico. El paisaje ha cambiado, más de un 30% de personas viven solas en España y además trabajan y no están para cocinar salvo los muy aficionados, no es mi caso. Hubo un tiempo en que, en el comedor de la Facultad de Comunicación, donde trabajo, varios profesores a veces teníamos como tema de conversación las últimas novedades industriales en gazpachos y cada cual apostaba por una marca. Vivíamos solos y éramos fans del gazpacho. Como mis otros comensales se han ido jubilando me he quedado solo aunque mientras haya gazpacho, música y libros, de soledad, menos.

A veces pienso que, imitando a los de la película La gran comilona, una forma de suicidarme podría ser bebiendo vasos y vasos de gazpacho pero mejor no suicidarse porque no tenemos nada mejor que hacer que vivir, nadie me asegura ni que haya otro mundo ni que en ese otro mundo tengan gazpacho. No sé cómo será ese gazpacho con tomate Rosa pero malo es imposible que esté porque no hay gazpacho malo, lo hay menos bueno, bueno, buenísimo y para morirse. Malo no existe. Que vayan nombrando a la tal Pepa Muñoz mujer de interés cultural y defensora de la próstata varonil porque hace años leí en el ascensor de un hotel que el tomate era beneficioso para esa parte del organismo de los machos humanos que si no da guerra hoy la dará mañana.

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