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Actualizado: 14 nov 2020 / 05:00 h.
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  • Amarga Navidad

Cuando quedan dos semanas para que Sevilla se ilumine por completo con las luces de Navidad, la fiesta cada vez coge un tono más oscuro.

Este año va a ser muy diferente a lo que estamos acostumbrados. Por el momento, nos veremos obligados a cambiar nuestros hábitos en las compras. Ya no podremos aprovechar las tardes para ayudar a los Reyes Magos. Los pajes reales nos traerán los paquetes por envío urgente.

No tendremos que aguantar la figura del cuñado de turno, pero tampoco podremos abrazar a nuestros tíos o primos a los que vemos de año en año. Tampoco se pondrá el mantel de la abuela que sólo se sacaba en Nochebuena.

Este año, la televisión sonará más que nunca y no será un mero acompañamiento al que nadie le echa cuenta.

El jamón en sobres, el queso en cuñas pequeñas y la sopa de marisco no, porque no compensa hacerla para tan pocos comensales.

El Corte Inglés pone sus luces en Nervión, pero sin abalorios. Nada de tren para los niños. Atrás quedaron los Cortilandias grandiosos que montaba la empresa española.

Será una Navidad de recuerdos, más que nunca, en la que el vacío de la mesa se hará enorme por los que no pueden llegar y por los que se fueron en este 2020 de infortunio.

Echaremos de menos hasta las infumables cenas de empresa.

Muchos se sentirán como Macaulay Culkin en Solo en Casa, la diferencia es que el pequeño evitaba que los ladrones entrasen en casa y nosotros daríamos lo que fuese para que estuviese rebosante de gente.

No habrá cotillones ni necesidad de vestirse de traje para ir a una discoteca a escuchar ritmos latinos. Tampoco hará falta esperar una cola de una hora para pedir la copa de garrafón que viene incluida en el precio del cotillón.

Tampoco podremos cantar villancicos en Santa Ana hasta que anochezca.

Los que tenían la costumbre de viajar en estas fechas a otras ciudades para vivir la Navidad tendrán que conformarse con ver, otra vez, Love Actually.

Será una amarga Navidad para todos, pero nos queda la esperanza de que los Reyes Magos traigan en el zurrón esa vacuna que hará, si todo sale bien, que el próximo año tengamos que tragarnos toda la retahíla de nuestro cuñado favorito y, obviamente, escuchar cómo él hubiese resuelto la pandemia en un mes. Y lo haremos con una sonrisa de oreja a oreja mientras sorbemos esa sopa de marisco.

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