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Actualizado: 10 jun 2021 / 21:41 h.
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  • Anna, Olivia y el monstruo

Los que somos padres podemos intuir el dolor, el horror y el pánico que debe provocar la pérdida de un hijo. Y sabemos que no alcanzamos a entender la intensidad; no nos alcanza la imaginación. Cualquier idea es mucho más liviana que la realidad si se pierde un hijo. Si añadimos a esa pena y a esa conmoción que la pérdida se produce de forma violenta, a causa de un ataque de maldad sin límite sufrido por un bestia que decide hacer el máximo daño que alguien pueda imaginar, la brutalidad de una muerte despedaza a cualquiera que la sufra.

Han encontrado el cuerpo sin vida de Olivia, una de las dos niñas desaparecidas en Tenerife. Todo indica que su padre metió su cuerpo en una bolsa de deportes, junto con un ancla, y lo lanzó al agua, sin que aún se sepa si la cría estaba viva o muerta en ese momento. El cuerpo de Anna no ha aparecido. Ni el del padre que se convirtió en un monstruo para acabar con la vida de sus hijas.

No hay que estar loco para hacer algo así. Hay que ser malvado. No hay excusas, no pueden existir atenuantes. Este crimen es nauseabundo.

No se debe confiar en cualquiera que muestre actitudes violentas; no se debe esperar nada del que es celoso hasta el extremo y no puede entender que no hay ninguna mujer de su propiedad, ni ningún niño (aunque sea el padre o la madre).

El Gobierno debe intentar acabar con esta lacra que se lleva por delante a mujeres y niños (poquísimos hombres se pongan como se pongan algunos). Y eso significa que se tienen que dejar de hacer chorradas con los dineros destinados a la erradicación de la violencia de género y a la consecución de una sociedad más igualitaria entre hombres y mujeres.

Esto debe acabar.

Descansen en paz estas niñas.

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