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Actualizado: 30 sep 2022 / 12:39 h.
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  • Ante el fin del mundo

Que el mundo está en peligro es una evidencia. La guerra de Putin, el calentamiento global, los reveses económicos que pueden acabar en tragedia (¿sabían ustedes que, mientras nosotros dramatizamos con el 10 por ciento de inflación, en Argentina rozan el 100 de subida de los precios? Así están las cosas, sí), el modo de esquilmar los recursos del planeta o la extinción de especies del reino animal sin límite, son indicadores (solo algunos de ellos) de lo mucho malo que ha generado la especie humana. Si alguien me dijera que esta situación es el principio del final, lo creería sin demasiado esfuerzo y con enorme pesar. Lo hemos hecho rematadamente mal y los errores se pagan antes o después. Desde siempre, hemos intentado liquidarnos entre nosotros y, ahora, no estamos teniendo con el planeta que, por cierto, es el único que tenemos. Nosotros a lo nuestro, como si aquí no estuviera pasando nada.

Pero el ser humano, a pesar de ser tan tocino, siempre se ha terminado arreglando bien y ha sabido buscar soluciones a sus desgracias. Aprendemos tarde y mal aunque a tiempo para solucionar los problemas. Finalmente, aprendemos. Toca echar mano de la inteligencia, de nuestra capacidad para explorar territorios desconocidos y, por tanto, de la imaginación y, si me apuran, de la fantasía, si queremos salir de esta.

El juego que plantea la realidad es el que es y no podemos cambiarlo. Aquí se viene a morir y, antes, a perpetuar la especie si hay oportunidad para cada uno de nosotros. Eso es todo. Ese es el juego que plantea la realidad. Las reglas, eso es verdad, son un verdadero desastre e impiden que los caminos que se transitan hasta conseguir cualquiera de las metas sean cómodos. Al contrario, esos caminos son peligrosos, groseros y lesivos. La cosa comenzó siendo muy simple, una sola norma: cuidar unos de otros. Y se pisoteó desde el primer momento. Después, el desastre ha sido monumental. En lugar de cuidar unos de otros nos hemos querido matar unos a otros y, así, todo lo bueno se volatiliza y la tendencia es convertirse en algo entre malo y nefasto.

Solo si logramos recuperar los valores ancestrales y solo si volvemos a pegar los pies al suelo y entendemos que somos una sola cosa con el planeta Tierra; solo así, tendremos alguna posibilidad de salir adelante. Teniendo como objetivo conseguido la dignidad de las personas conseguiremos que la raza humana siga siendo la reina del cosmos conocido. Y una buena muerte segura. Morir habiendo cumplido con nuestra misión es mucho mejor que habiendo hecho una gran chapuza como la que estamos haciendo ahora.