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Actualizado: 22 may 2019 / 12:16 h.
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  • El diputado del PSC Arnau Ramirez (i) con una camiseta con el icono ‘gaysper’, pasa ante el presidente de VOX, Santiago Abascal (d), en uno de los escaños del Congreso de los Diputados. EFE/Ballestros
    El diputado del PSC Arnau Ramirez (i) con una camiseta con el icono ‘gaysper’, pasa ante el presidente de VOX, Santiago Abascal (d), en uno de los escaños del Congreso de los Diputados. EFE/Ballestros

Es el aire que ha tomado el Congreso de los Diputados en los últimos tiempos: una mera asamblea de facultad en la que se formulan propuestas descabelladas y se juega a gobernar sin recordar que la vida cotidiana de millones de españolitos depende de sus ocurrencias y componendas. Todos hemos contemplado a algunos de los que hoy se asoman a la actualidad diaria apuntando maneras en sus tiempos estudiantiles. Pero la mayoría siguen metidos en ese primer hervor. Sólo así se explica esta política de eslóganes, frases vacías y meras poses huecas que han convertido el noble ejercicio de la gobernanza en un teatro de vanidades y ambiciones que nada tiene que ver con el espíritu de esa transición que algunos quieren encerrar bajo siete llaves.

Las camisetas, el estúpido desaliño indumentario, la ausencia de corbatas o la más absoluta falta de etiqueta sólo son un insulto a las personas que un día les votaron pero, sobre todo, a lo que representa la cámara que ocupan. El espectáculo es tan lamentable como desesperanzador: la falta de discurso, la más elemental ausencia de valores, de criterio o valía personal -más allá de las consignas machaconas de cada partido- sólo son una invitación a la melancolía. ¿En qué manos estamos los españoles? La respuesta sólo conduce en una dirección: es el tiempo de los peores, de los que han encontrado en el caldo corrompido de la política española el mejor trampolín para acceder a una vida a la que, difícilmente, llegarían por el camino del esfuerzo o la excelencia. No conviene generalizar, es verdad, pero es que el panorama es tan desalentador que sólo invita a apagar la televisión cuando sus señorías se cruzan sus genialidades y reproches desde el estrado. Las palabritas del señor Sánchez a cierto preso con acta de diputado son el mejor resumen de todo: “No tienes que preocuparte”. Para echarse a temblar.