Image
Actualizado: 27 feb 2016 / 21:09 h.
Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado

Pero qué fácil que lo tienen los poetas y los cantautores, al menos en el caso de Víctor Manuel y la canción que le dedicó a su entonces novia, Pilar Cuesta (para el resto de los mortales Ana Belén), con decir que «como el viento y el mar, así es Pilar» quedó divinamente, y se ve que la aludida encantada porque se lo viene agradeciendo con lustros de ese amor pertinaz y contumaz que se profesan.

¿Contumaz? Eureka. He dado con la palabra exacta. Nada me encaja mejor en la fisonomía anímica y física de Pilar del Río que la contumacia. De hecho el calificativo como tal fue usado profusamente en el franquismo como arma arrojadiza contra aquellos que persistían en plantarles cara y no aprendían, tú, ni siquiera de los sustos.

Como presidenta de la Fundación Saramago, Pilar, medalla de Andalucía desde esta misma mañana, ha hecho un injerto entre el olivo de Azinhaga, de José y los olivos de su propia tierra, porque es a la tierra de donde ambos son, es a la Tierra a la que pertenecen. Inevitable que a la dulzura del portugués esta mujer de Granada le enhebrara ese deje que se empeñó desde el primer minuto de su oficio de periodista en exhibir como una bandera. Si mucho hay que agradecerle por habernos dejado sentir a Saramago como uno de los nuestros, mucho nos debe Portugal por compartir a una de nuestras mejores profesionales, ciudadana, amiga. Aceptamos que se nos fuera a Lisboa, allá a finales de los ochenta, convencidos de que nos llevaba a todos de matute y de que no se iría nunca porque Pilar, defecto o virtud elijan ustedes, no se va jamás.

Infinita. Pilar del Río salta a la comba con los puntos suspensivos de la vida, ella, que odia los aviones y que no para de cogerlos, parece vivir en una cinta transportadora por donde nos llegan las maletas, si duerme lo hace porque un rayo protector la fulmina, si se detiene alguna vez es para que la procesión vaya por dentro. Hasta en los sueños de Pilar arde Troya, seguro.

Extraordinaria periodista, incansable trabajadora, escritora brillante ya sea traduciendo o contando, la vocación de Pilar son las causas que, en su caso, jamás den ustedes por perdidas. Desde su osamenta de gacela delgada saca esta mujer la fuerza de un elefante desmadrado (y la memoria, aviso a navegantes) para hacer lo que se le meta entre ceja y ceja: ya sea montar una cumbre de Deberes Humanos con varios premios Nobel, apoyar y aupar un gobierno o una oposición o cambiar todos los libros de una biblioteca de un ala a la otra de su casa. A los palacios sube y a las cabañas baja sin distingos, sin descanso y con más carácter que Santa Teresa o al menos el mismo que le suponemos a la monja de Ávila.

Pilar mi casa, escribió Saramago en una dedicatoria, Pilar casa de todos, casa de locos, casa abierta las 24 horas. Se ve que, de todos los derechos, el del Admisión es al único al que no le dedica alguna de sus ardorosas batallas. Y si alguien pide algo: financiación para una peli, apoyo para una protesta, ayuda para una tragedia colectiva o personal, cariño para un disgusto, preferentemente femenino..., entonces Pilar saca a la Brunete de su cartera y de su corazón y se lanza. Toda ella es un puro asilo diplomático, una casa refugio, una Cruz Roja, roja, roja.

Blimunda no se rinde, se lo dijo una vez Gómez Marín, convirtiéndola en el personaje de Memorial del convento, el nombre de la revista que edita la Fundación, la marca de su manera de estar y de ser. Exagerada, incansable, estrambóticamente generosa, Pilar es como el cronopio del cuento del buitre de Cortázar: no da, la muy desalmada, ni una sola oportunidad para no adorarla.

Qué suerte que tiene su Medalla.