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Actualizado: 27 sep 2020 / 13:38 h.
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  • Carta a la España injusta desde Palmete

Uno de los principios básicos de la comunicación periodística es darle voz a quienes viven en el anonimato. La libertad de información ha de ser una llave para desconfinar el eco de muchos sonidos del silencio. Las vicisitudes y los testimonios que desvelan realidades merecedoras de ser conocimiento compartido, referencia pública y notoria. Es necesario que todos los comunicadores le abran paso a las voces de la pobreza en España. Ahora más que nunca, cuando a diario estamos inmersos en una avalancha de palabrería, mientras que, por otro lado, se acentúa la discreción con la que sufren calladamente los principales protagonistas del drama socioeconómico causado por la pandemia. Porque los más pobres de los pobres nunca son quienes cortan carreteras para reivindicar, ni quienes colmatan las redes, ni quienes negocian la concertación social.

En nombre de ellos y ellas, que ya estaban confinados en la precariedad y en las penurias antes del coronavirus, me hacen llegar una carta, escrita de madrugada, desde Palmete, uno de los barrios más desfavorecidos de Sevilla. Para transmitir la desazón de tantos hombres y mujeres que se dieron prisa a mediados de junio en solicitar la concesión del Ingreso Mínimo Vital, y constatan que pasan los días, semanas y meses, sin que aún tengan siquiera ni una respuesta afirmativa o negativa de la Administración Pública. Mientras los dirigentes políticos, en lugar de resolver el colapso burocrático, escenifican a diario dedicarle más atención a enzarzarse en asuntos infinitamente menos importantes.

“Escribo esta carta por todas aquellas personas que engrosan las cifras de la pobreza, que son más que un número, que esperan desde hace años en la cola de la Historia a que les llegue su turno. Pero es tiempo inerte, tiempo muerto, el de las colas del SEPE, las colas para recoger alimentos... Eternidad para quienes esperan solidaridad, que no la caridad, no en pocas ocasiones humillante, que se despliega desde arriba...”.

“Detrás de cada una de las solicitudes del Ingreso Mínimo Vital hay una vida, una historia, una persona agarrada a un trozo de corcho en medio del océano, a la deriva, con la esperanza de que alguien con dones de justicia les lance el salvavidas”.

“Las personas que conozco no son el número 1, ni el 1.200, ni el 4.000, ni el 850.000... de estos datos que retratan la cara más cruel de nuestro país. No, señorías, se llaman Carmen, Gloria, Luis, Sofía, Encarni... La mayoría sin estudios. Desempleados de larga duración. Algunos con discapacidad. Unos con hijos a su cargo, otros viven solos. Algunas con la dura experiencia del voraz machismo, otras víctimas de violencia de género, víctimas de trata, con trabajos de poca cualificación, peones agrícolas, peones de la construcción, cuidadoras, empleadas de hogar... Todos y todas dedicados a esos trabajos no regulados, explotados, donde la palabra dignidad pierde todo su significado, donde pierden su condición de seres humanos para convertirse en recursos humanos. Sí, esos trabajos imprescindibles, esos que los economistas reflejan en el PIB y donde ellos y ellas solo ven reflejado su pan”.

“Sus expedientes para el Ingreso Mínimo Vital están amontonados en esa marabunta de desesperación. Una renta que es de justicia no puede ser denegada sin ni siquiera ser evaluada. Me consta que muchas personas cumplen todos los requisitos con creces y las presentaron nada más abrirse el plazo”.

“Está siendo una labor ardua que España se ponga a trabajar liderando la justicia y la equidad, que seamos un país a la altura y semejanza de nuestros vecinos de Europa, pero a ustedes que tienen el honor del servicio al pueblo y la gran responsabilidad de escribir con tinta de justicia social, de dignidad, de desarrollo, alzar nuestra voz en todos los estamentos. La voz de los sin voz, como diría Eduardo Galeano. En vuestro compromiso y vuestro quehacer delegamos la esperanza de convertir esta renta en una realidad”.

Gracias, Alicia, por escribirla. Gracias, Esteban, por compartirla.

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