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Actualizado: 22 dic 2019 / 17:09 h.
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  • Claudio del Campo: pintando la fotografía en el Cicus

La actividad del CICUS sigue in crescendo con cursos, talleres, conferencias y exposiciones como esta del fotógrafo Claudio del Campo, cuyo comisariato (si es posible definirlo así porque va mucho más lejos), ha corrido a cargo del polifacético RAFAEL ORTIZ (galerista, coleccionista, editor, autor de textos de presentación de artistas y quien está detrás de muchos proyectos expositivos sevillanos, interregionales e internacionales de gran altura, entre otras cosas). Esta en concreto, ha supuesto tener que diseñarla sobre un croquis o plano y hacer una serie de mediciones in situ de manera que las fotos no hagan contrastes estridentes entre sí, sino que crezcan las unas junto a las otras.

Por otra parte, ha debido seleccionar lo que previamente seleccionó el autor de los centenares (o miles) de obras que haya podido hacer a lo largo de su vida, sobre todo si existe detrás de él, una mediana o larga trayectoria. Este es el caso de Del Campo, quien parece haber nacido con una cámara en mano para ser el documentalista de cuanto acontecía en su propia casa: una familia de seis hermanos, un padre pintor muy apreciado en nuestra ciudad como fue Santiago del Campo, y una madre que de seguro tenía tanto talento artístico per se, como para convivir con su descendencia a los que incubó el contagioso virus de la creación desde que comenzó a gestarlos.

Puede que por esto empezara captando los momentos felices de esa intimidad doméstica, en ambientes tal y como estaban en el momento que hizo las fotos, sin colocar focos, filtros, paraguas, pantallas que reflejan o absorben la luz, iluminen artificialmente las escenas. Por el contrario, los cogió descuidados, jugando, hablando entre ellos, sin ni siquiera mirando a la cámara, o posando como sus primeros modelos y con luz natural, “a temperatura ambiente”.

Después, a lo largo de su andadura por la fotografía pintada (parafraseando el título de la exposición: “Pintando la Fotografía” al asemejarse bastante a ella y porque recoge obras de pintores y escultores), se dedicó a captar a toda esa otra familia que iba construyendo con los amigos, con los artistas. Por esto hemos tenido que seguirle a través de los Catálogos que hizo para ellos o las instituciones que se las encargaron y de este modo fue hasta la fecha –en que se ha decidido a exponer las obras hechas para él o para un número concreto de personas- un autor no lo suficientemente conocido, como lo será a partir de ahora, en que tanto Luis Méndez Rodríguez (Director General de Cultura y Patrimonio de la Universidad de Sevilla; como el Director del Secretariado de su Patrimonio –Luis Fernández- Montiel- y el propio Rafael Ortiz como comisario, los tres además, autores de los textos de presentación), lo han puesto como ahora se dice, en el mapa, sacándolo de los libros de los otros, para tener el suyo propio. No sólo ellos, pues en la expo han colaborado muchas personas, si queremos empezar, hasta por el rector –Miguel Ángel Castro Arroyo- que la ha hecho posible, o todo el personal del CICUS, como José Luis Hohenleiter (Jefe de Servicio), Javier Gutiérrez Padilla (Director Técnico), Domingo González (Gestión y producción), Antonio Torres (Técnico de “la casa”), u Otto Pardo, Esteban e Isidoro Guzmán (quienes la han montado), o quienes se han encargado del diseño gráfico: el estudio de Manuel Ortiz; los impresores, enmarcadores, rotulistas e impresores digitales, la impresión y encuadernación, ....y que mencionaré en la próxima ocasión, por no extenderme demasiado en esta.

Claudio del Campo: pintando la fotografía en el Cicus

Su primera foto, expuesta ahora aquí -escaneada, reeditada, remasterizada, digitalizada, post-producida por así decirlo, impresa en papeles de diferente alcalinidad, grosor, texturas, porosidad, de algodón, baritados, fotográficos tradicionales, especiales, ...data nada menos que de 1972 y supone y supuso, un ejercicio de investigación al reproducir una misma imagen doble, captando en dos posturas/actitudes distintas el “retrato de Alejandra”.

Después, vendrían las fotos de Virginia y Salomé (del 74); la de su padre (c. 1978), la de su madre enfocada y desenfocada voluntariamente, las de los otros hermanos, cuñados, sobrinos, pareja, etc; las de los años 80, 90, 2000, 2010 hasta llegar a “las golondrinas”, del 19. Entre medias, esto es, en estos 31 años, ha continuado haciendo retratos de artistas, captándolos en sus hábitats, o re-creado sus obras como el arte dentro del arte de la fotografía. También paisajes, interiores y exteriores, calles, edificios, gentes, de nuevo su familia, playas, de nuevo artistas, escenografías, vistas de Sevilla, el silencio en la fotografía y en los objetos.

Luis F. Martínez-Montiel dice en el Catálogo que Claudio “mira las miradas” y es cierto. Pero ahora somos nosotros los que miramos las miradas que él ha mirado. Juegos especulares en la intelectualidad también que es una foto, porque según refiere Rafael Ortiz en su texto, uno de los mejores consejos que recibió de él, fue precisamente este: “Piensa la foto”. No sólo o además de fotos pensadas o cuasi pintadas por las connotaciones que trata, también hay que considerar que son sensaciones: brillos, humos, luces, penumbras, reflejos,... y porque hay que tener en cuenta además de todo esto, la intención que ha tenido en el enfoque, el objetivo, el tiempo y el obturador.

Ahora habría que hacer un inciso para hablar de sus máquinas, no sólo de las diferentes cámaras que usa, sino de toda la tecnología de la que se sirve en el proceso de su positivación: ampliadoras, ordenadores, escáneres, impresoras de gran formato, tintas de impresión: una batería de artilugios de su peculiar laboratorio. He ahí otra de sus originalidades: el que controla desde el primer momento hasta el último, el proceso.

Al comienzo hablé de la labor de selección que han hecho autor y comisario, pero me agradará mencionar la labor de fondo porque siempre ha estado y está ahí, al lado de su familia y de los artistas -que ha venido haciendo en los 35 años que justo ahora celebra la galería- de Rosalía Benítez, sin la cual tampoco se habría hecho esta exposición o no estaría tan elegante, sencilla y discreta como es ella, porque no ha debido ser fácil colocar una foto a todo color entre otras en blanco y negro o a la inversa, ni cómo mezclarlas sin alterar el discurso del autor o que no hayan estridencias sino concordancias. A esto se le llama profesionalidad y maestría, labores que como en todo a veces se resaltan, y las más, pasan desapercibidas. ¿Nos percatamos del esfuerzo también intelectual, sensitivo y emocional que supone el tomar una decisión en un tiempo limitado, adaptar una serie de obras a un espacio concreto y tal vez no muy conocido?, ¿somos conscientes cuando vamos a una exposición de lo que supone la altura, las agrupaciones o secuencias, las distancias para que sea atractiva, sugiera, haga que nos detengamos en la observación? A veces sí y a veces no, porque ponemos nuestra atención en las imágenes, sin reparar en que ha habido personas como ella (ytodas las que han intervenido aquí), que la han hecho posible.

Este artículo por tanto me agradaría que además de al autor, fuera dedicado sobre todo a ella, a Rosalía, parte de la aventura que comenzó en la Galería MELCHOR. También, para la continuadora de la saga: su hija Rosalía Ortiz Benítez y a todos sus hijos que de alguna manera colaboran. También a su personal más que cualificado, por todo lo que hacen por los artistas al exponernos aquí, allá y acullá, en cualquiera de los sitios a donde nos lleva, a veces a miles de kilómetros y en muestras internacionales. Por eso desde aquí les doy las gracias, por ser unos valientes y resistentes, que han sabido ampliar su radio de acción sin abandonar Sevilla ni a los artistas, no sólo sevillanos.

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