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Actualizado: 08 oct 2019 / 08:31 h.
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  • Rosalía. / EFE
    Rosalía. / EFE

Casi todos los flamencos hablan mal en privado de Rosalía, pero una buena parte de ellos están locos porque un día los llamen para participar en un videoclip o uno de sus espectáculos. Rosalía es ahora mismo la figura. No del flamenco, que ni lo huele, sino del pop o el trap, que es un subgénero del rap. Destacados flamencólogos del país dicen maravillas de ella y hasta se atreven a hablar de revolución flamenca, sin que ninguno haya sido detenido hasta ahora, que sepamos, por la policía jonda de Utrera o Jerez. Más de seis mil personas fueron al homenaje de El Capullo de Jerez el pasado sábado en el Auditorio Rocío Jurado de Sevilla, algo impensable si no es porque estaba la catalana en el cartel. Que luego, lo que son las cosas, ni se quedó al fin de fiesta, cosas de las estrellas. Que festejen ellos, diría la muchacha, con ese gracejo catalán que tiene. Poco flamenco, eso sí, pero tiene su ángel. El Capullo floreció esa noche, claro, porque no se llevan todos los días seis mil personas a un auditorio. No sabemos cuánto va a durar esta calentura rosaliera, pase la palabreja, pero el gallinero del flamenqueo patrio está revuelto. Dicen algunos analistas que ella nunca ha ido de cantaora, pero sí, va de cantaora y su plataforma de lanzamiento ha sido el flamenco. Diría la chiquilla, que es un lince, si consigo que me machaquen los flamencos, triunfo seguro. Y así ha sido. Recuerdo que hace más de cuarenta años había músicos españoles que en cuanto les decían en una televisión que era muy flamenquitos, se levantaban y se iban. ¡Un respeto, oiga! Nadie quería ser flamenco. Hasta la madre de la Niña de los Peines decía que su niña no cantaba flamenco, sino ópera, para darle más categoría a la gitanita de San Román. Pero hoy todos quieren ser flamencos, un arte donde ya hay hasta doctorados y másteres universitarios. Llegas a un banco a pedir un préstamo, dices que eres cantaor y no llaman a los municipales, como antaño. Todo lo contrario, se levanta el director, sale del local y vuelve con una botella de manzanilla y un papelón de jamón. No necesitan hablar de avales, solo tienen que decir que conocen a Rosalía. No la soportan, la odian, la ponen a caer de un burro en petit comité, pero casi todos quieren que les pase la mano por la cabeza para ver si salen de la crisis.