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Actualizado: 20 sep 2021 / 06:51 h.
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  • Comida sana de mentira

El caso de ese menú de McDonald's y la cantante Aitana es paradigmático de este ecosistema de engañabobos en que vive no solamente la juventud. La historia es una trenza de paradojas o sinsentidos. La muchacha, una lideresa entre los pequeños, promociona con su imagen la delicada comida rápida de la multinacional al tiempo que predica en sus entrevistas que come mucho y muy sano. Luego resulta que reconoce que no puede comer precisamente ese menú que anuncia porque es celíaca y finalmente aclara que es que se ha enterado de que es celíaca después de grabar el spot. Qué causalidad. El caso es que el spot continúa emitiéndose y la juventud continúa tragando, qué más da. Porque, en realidad, qué más da que la artista que anuncia lo que anuncie lo consuma de verdad o no. Volvemos al dilema persona-personaje. Qué más da que a este futbolista que anuncia tal camiseta le guste esa marca o no, que a ese tenista que anuncia un yogur le guste o le siente bien o no. Qué más da en una sociedad donde la ficción edulcorada está muy por encima de la chata realidad. Qué más da si el fondo que debería preocuparnos es lo saludable o no de lo que se anuncia y en cambio solo andamos preocupados por la correspondencia entre las mentiras de dentro y de fuera de la tele.

Y así nos luce el pelo en toda esa ficción de la sana alimentación que intentamos promocionar, especialmente entre los más jóvenes, empezando por esa falsa cantinela de las cinco piezas de fruta diarias. Alguien me dijo el otro día que no son cinco, sino siete. O sea, que para estar sanos hay que consumir como cincuenta frutas a la semana, lo cual quiere decir que en mi familia, donde somos cinco, necesitaríamos una habitación dedicada solo a la fruta, que es sanísima; tendríamos que comprar como 250 piezas de fruta para todos. Bromas aparte -suscitadas por las exageraciones que naturalizamos a diario porque lo diga un artista al que le pagan por memorizar dos frases y luego se fuma un pitillo-, el caso es que ya hace tiempo que pusimos en peligro la credibilidad del sentido común y la experiencia de las abuelas no solo para creernos todo lo que nos cuenten a través de una pantalla, sino para exigir que esa verdad de relumbrón lo siga siendo cuando la pantalla se apaga.

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