Image
Actualizado: 26 jun 2021 / 10:33 h.
Facebook Twitter WhatsApp Linkedin Copiar la URL
Enlace copiado
  • Con Paco Cepero en su casa

Ayer pasé el día con el guitarrista y compositor Paco Cepero en Jerez, su tierra, que es como hacerle una visita a Dios en su casa. El maestro, por cierto, vive en una casa de la calle Encaramada, la misma arteria de San Miguel donde nació, aunque en otra vivienda distinta. Su hogar es un museo y cuando entras, Chari, su esposa, logra que te sientas como en tu propia morada o mucho mejor. No es extraño que el gran guitarrista siga tan enamorado de ella. Hablar con Paco es como viajar a media historia del flamenco, la que va desde los años cincuenta hasta ahora. Y ver como Chari lo mira mientras habla, un espectáculo.

El motivo de la vista era su última obra discográfica, Vivencias, pero al final hablamos lo justo del disco, porque hubiera sido absurdo perder la oportunidad de hablar con él de otras muchas cosas: de sus comienzos, de las lecciones de Javier Molina y Rafael el Águila, de su amor por Diego del Gastor y Melchor de Marchena, de aquellas primeras voces que le empezaron a señalar el camino, de cantaores como el Troncho, Tío Borrico, la Paquera o el Serna, para acabar en Madrid cantando en Los Canasteros, el tablao de Manolo Caracol, uno de sus referentes, o buscándose la vida en la Venta Manzanilla.

Cepero revolucionó la capital de España y la guitarra de acompañamiento, parándola y dándole un nuevo brillo a una técnica algo anquilosada. Casi veinte años estuvo en los tablaos de la Villa y Corte, donde por cierto nunca le dieron de alta en la Seguridad Social, por lo que a sus 79 años, uno de los más grandes de la música española no tiene pensión. Menos mal que conserva sus facultades intactas y que sigue con la cabeza muy bien amueblada y los dedos tan ágiles como halcones peregrinos.

Su última obra discográfica es la del Cepero más músico, más compositor. Trece piezas musicales entre nuevas y otras revisadas, una mixtura de guitarrista flamenco puro y de un compositor de una sensibilidad única, como queda patente en la pieza que abre el cedé, Hechizo andaluz. Si se le pudiera hacer el amor a una luna llena en primavera sería con esta música de fondo. Cuando la has escuchado varias veces, A mi aire, la bulería, la siguiente pieza, es como la celebración del éxtasis de ésta. La bulería no tiene por qué ser necesariamente bullanguera. Esta es una sinfonía.

Mientras sigue sonando el disco, con delicias como Paisaje andino o Sinfonía andaluza, el maestro Paco sigue hablando de sus andanzas madrileñas, su encuentro con Caracol en Algeciras, el día que lo probó para llevárselo a su tablao, del pelotazo de Amor, amor, de Lolita, de su encuentro con Camarón, de los festivales de verano con la Paquera, Turronero o Lebrijano, de su rivalidad con Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar o Enrique de Melchor, o de su vuelo definitivo hacia las estrellas con Rocío Jurado, María Jiménez o Chiquetete.

Si en España hubiera vergüenza, don Francisco López-Cepero García no estaría ni un día sin la guitarra en los brazos, sino recorriendo ciudades y pueblos y hablándoles a los jóvenes en nuestras universidades, de un arte del que sabe más que nadie. Vivencias va acabando y suena una voz de sal y cielo, la de la Perla de Cádiz. Es un mano a mano de dos genios, Antonia y Paco, en unas bulerías festeras en las que el maestro tiene una rosa fresca para cada tercio de la gaditana en forma de falseta.

Gracias, don Francisco, por pasearse usted con este modesto crítico por las calles de Jerez, el almuerzo en Casa Juan, su cariño y el de su señora. Hoy soy más jerezano que ayer, pero menos que mañana.

ETIQUETAS ►