En los Apuntes de hoy, vamos a contemplar algunas de las obras de Goya desde el punto de vista médico, considerando su sordera como uno de los condicionantes no de su carácter (que dejo para otro día), sino interpretada bajo el prisma de su hipotética enfermedad mental.
GOYA nos habla desde la razón para denunciar la sinrazón. La sinrazón de la violencia extrema, la de los malos tratos íntimos, la que se recibía en escuelas, orfanatos, hospitales psiquiátricos de su época. Lo hace también desde la supremacía de un hombre sobre otro, desde la vanidad –o egolatría- de bastantes de los que retrató y desde la marginalidad social que estos asuntos representaban/representan.
Pero esta lectura puede hacerse a la inversa y considerar que dibuja o pinta desde la locura de la sinrazón, la suya, dirigiéndose precisamente a la razón, en este caso la ajena, la de sus coetáneos y también a la nuestra, la que dejará plasmada mientras sea posible extraer de él y de su prolífica obra, alguna enseñanza.
Muchos de sus “Caprichos”, dibujos, grabados y los “Desastres de la guerra” están captados con esa lente apocalíptica, narrados desde el infierno físico y psicológico y desde los tormentos más inverosímiles que el ser humano haya sido capaz de aplicar a otro o imaginar siquiera.
Guerra, Inquisición, monarquía absolutista, son demasiadas situaciones adversas para una mente y espíritu sensibles como los suyos, agravado además por las circunstancias de su propio infierno personal ante sus aspiraciones cortesanas y sobre todo y es en lo que me agradaría que ahora reparemos, motivadas por sus muchas y fuertes dolencias de oído, sus repercusiones en estados de ánimo y psiquis.
Cualquier otorrino o enfermo de cualquier patología importante y cronificada del oído, sabe que es ahí también donde se sitúa el sentido del equilibrio, y que los huesesillos que lo estructuran, los vasos sanguíneos, los pequeños músculos que hay en ellos, las fibras, cartílagos, tendones, nervios, el tímpano, el laberinto,...puede que se sientan afectados por algo tan nimio en apariencia como pueden ser los cambios de temperatura, presiones ambientales o el viento, pues como todo –sobre todo si es de naturaleza líquida- es susceptible de contraerse o dilatarse ocasionando dolor, malestar, inflamaciones, neuralgias, y una serie de situaciones que de no controlarse, pueden llevar a quien las padece hasta la locura. El punto neurálgico del miedo, de la cierta desazón psíquica y la inestabilidad emocional que esto provoca, puede que también se ubiquen ahí, en el oído interno, aunque disponga de conexiones con otros centros del encéfalo.
La sordera que padeció GOYA, quien en uno de sus autorretratos vuelve a interpretarse como solía hacerlo casi siempre -descarnadamente y sin piedad alguna hacia sí mismo- se capta aproximando con su mano a la oreja, una trompetilla, símbolo más que explícito que en mayor o menor grado, la tenía.
Todo el que la tiene o conoce a alguien con padecimientos sensoriales de este tipo, sabe de las dificultades a la hora de comunicarse, el aislamiento al que induce y lo mal que se pasa por todo esto.
Pero a pesar de que se sepa de sobra que la padeció, la sordera puede que en su caso sea lo menos importante cuando lo que posiblemente tenía afectado (por causas autoinmunes, sarampión, infección o enfriamiento mal curado, artrosis, agravamiento por la edad, etc.), o externas (traumáticas como la de Beethoven, la de muchos cazadores y personas que han estado próximas a una gran impacto como puede ser la explosión de un cañonazo, o situaciones climatológicas de frío severo,...).
Sabemos que Goya era aficionado a la caza, que escenas de caza y de neviscas y ventoleras las representó desde sus primeros cartones para tapices. También que presenció por las calles de Madrid muchas balaseras incluidas la de los fusilamientos de Príncipe Pío y de la Moncloa, y aunque estas en concreto no las presenció, sabía del estruendo que producían, como del estruendo de los cañones si pasó cerca mientras disparaban uno o varios a la vez, pues admás de esas pinturas famosas del 2 y 3 de mayo, hay muchísimas más en las que se ven heridos y muertos frente a pelotones que disparaban a quemarropa. Sangre, fuego, estruendo, muertos, heridos y las víctimas colaterales que los presenciaron y de cuyas secuelas nunca se pudieron desprender.
A la luz de la Otorrinolaringología, y sin que se sepan las causas exactas de su sordera: si eran congénitas, adquiridas, neurológicas, ambientales o degenerativas, lo cierto es que da que pensar que muchas de esas escenas que traslada al papel o al lienzo, son productos de sus visiones interiores, de la rabia del dolor producido por uno o los dos oídos.
En el autorretrato que vimos en el pasado artículo, el que se acompaña de su médico, el Dr. Arrieta, parece supurar, gritar, aferrarse de modo patético a la colcha y las sábanas donde está postrado, morirse de dolor intenso ante el que ninguna pócima, ungüento o tratamiento paliativo parece hacer efecto. Goya asemeja agonizar ante el espejo. Hace falta mucho valor y fuerza para reflejarse así, en un trance agónico, coger un lienzo, situarlo en el caballete y plasmarse además en esos momentos. Le quedaban todavía ocho años para su final, pués el lienzo está fechado en 1820, pero aquí lo vemos hundido, apenas sin fuerza como si exhalara impúdicamente su último suspiro ante la posteridad, para que conozcamos que el precio de la fama no es siempre tan dulce como se cree y que a veces oculta padecimientos de este o de otro tipo.
Más: ¿qué decir de las Pinturas Negras de las paredes de su casa, de algunos óleos extraños de color, de perspectiva, de temas, de pinceladas?, sin dejar de pensar que están hechos desde la furia, el arrebato, desde una locura transitoria provocada precisamente por los terribles padecimientos óticos que se alternaron con la lucidez de los días faustos, a lo largo de su larga, intensa, apasionante y pasional vida.
Las pinturas de la Quinta (que no sin fundamento fueron llamadas ya en su vida) “del Sordo” y los tonos negruzcos de los ángeles y en general de todos los frescos que expongo ahora a título de ejemplo y que se encuentran en la ermita de S. Antonio de la Florida (donde está enterrado curiosamente sin su cabeza) ¿a qué obedecen?: ¿a trastornos psicopáticos motivados por el oído? Porque sinceramente no creo que fuera al contrario. En cualquier caso esta “Capilla Sixtina” sobrecoge en la misma medida que la de Miguel Ángel
No creo que Goya fuese un enfermo mental en stricto senso, aunque esas y otras de sus muchísimas obras sean de difícil lectura y aunque en efecto sí parece que las tuvo. No en vano él mismo titula uno de sus más famosos aguafuertes “El sueño de la razón produce monstruos”, pero entiendo que la bipolaridad que manifestó a lo largo de su vida y de su obra, no fuese en tanto por trastornos psicológicos, sino como pretendo reflexionar ahora, producidos por sus agudas dolencias de oído, y de serlo, estas serían la consecuencia y no la causa de lo que a todas luces evidencia un malestar fisiológico tremendo.