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Actualizado: 13 sep 2019 / 08:14 h.
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  • Desconfíen de quienes comen poco

“Nunca confío en personas sin apetito. Es como si siempre te estuvieran ocultando algo”. Esto lo dijo el escritor y traductor japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949), que algo sabría el hombre de la confianza en los demás. Es verdad, las personas que comen poco y no beben nada no son claras y encierran siempre algo. Porque comer, se diga lo que se diga, es algo más que llenar el buche: es un modo de vida.

Recuerdo que cuando era un niño, en Palomares del Río, una señora de unos noventa años se sentaba en la puerta de su casa, en el Zurraque, y comía migajón de pan empapado en aceite. Era una mujer pobre y no sé de dónde sacaba el aceite de oliva, pero la veía comerse el migajón empapado y te fiabas totalmente de ella. Creo que no comía nada más que eso, y no tenía ni una sola arruga. Era guapa como ella sola, con el pelo recogido en un tocado y una moña de jazmines en todo lo alto del rodete.

Usaba un delantal negro de lunaritos blancos y gastaba medias negras. Un día me llamó y me pidió que fuera al Molino a por dos sardinas arenques, una para ella y otra para mí. Los arenques se estrujaban en una puerta para que fuera más fácil pelarlos, pero ella los liaba en un papel de estraza y los aplastaba con el pie. Una vez pelado y quitada la espina, cortaba el arenque en taquitos y se los iba comiendo con una cara de estar gozando que te daban ganas de adoptarla como abuela.

Cuando vas a cenar con una amiga o pareja y es de las que apenas comen, es un calvario porque no cenas o almuerzas a gusto. Estás en Ávila, por ejemplo, donde se come en abundancia, pides un chuletón de un kilo doscientos gramos y mientras estás zampándotelo bien remojado con unas copas de Ribera del Duero, ella te mira como si estuviera viendo a un guepardo comiéndose una cría de gacela. Con cara de asco o de estar en el preámbulo de una vomitona, y viendo que estás llegando al hueso, donde está el caldito de la ternera roja, dejas de mirarla porque no podrías rebanar el hueso, que es, por lo general, como la pata de una cómoda decimonónica.

Está demostrado que las parejas que más duran son las compuestas por zampones. Entras en un restaurante de Ávila y siempre encuentras a tres o cuatro parejas en algún rincón, alejadas del jaleo porque son de las que chupan el hueso de chuletón hasta sacarle brillo. Los miras y tienen cara de enamorados. Luego está la clásica pareja que uno de los dos no come nada, pero lo prueba todo. Dicen que lo hacen mirando por tus arterias, pero lo cierto es que les da un enorme placer quitarte parte de la presa, como una hiena le quitaría al guepardo parte de la gacelita.

Cuando pides la factura, que en Ávila suele ser medio sueldo del mes, uno de los dos, el que menos come, siempre la ve abusiva. “Te podías haber comido una sardina arenque y no media vaca, que un día vas a reventar”. El amargado o la amargada todo lo ve abusivo y, además, cuando te está viendo cómo devoras un entrecot de choto o una fuente de cordero lechal te está imaginando roncando bocarriba en la cama del hotel.

Por tanto, cuidado con echarse una novia que coma poco, porque algo oculta, como dijo el japonés. Es mejor unos michelines, que una cara con menos carne que un palustre.

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