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Actualizado: 08 feb 2019 / 08:39 h.
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  • Camión implicado en el accidente con cinco fallecidos . / E.P.
    Camión implicado en el accidente con cinco fallecidos . / E.P.

Las carreteras son fauces abiertas que nos van tragando a diario, mientras creemos ir a algún sitio, o volver. A veces son la trama del viaje a ninguna parte.

Cinco trabajadores que mueren de una muerte tan absurda, tan repentina, tan sin sentido, tan en un segundo, tan injusta, nunca representan cinco muertes, sino muchísimas más: las muertes invisibles y en vida de sus seres queridos más inmediatos, que empezarán sentir intragable el aire que respiran después del entierro múltiple de esta mañana en la parroquia de San Juan Bautista; las muertes pequeñitas de sus vecinos, que creerán verlos sin verlos de veras cuando se crucen con sus ausencias mañana y pasado mañana y al otro; las muertes en el paladar de sus conocidos, que no saben qué decir porque la muerte nunca tiene relato sino silencio; la muerte de su pueblo ensombrecido; la de las penumbrosas banderas a media asta en los crepúsculos de estos tres días, en un ayuntamiento consciente de que Las Cabezas de San Juan siente el luto invernal de ser más pobre desde antes de que ayer amaneciera.

Porque un pueblo son sus gentes, y cinco muertes al azar de cinco trabajadores azarosos giran la dolorosa rueda de la mala fortuna que roza a cinco círculos concéntricos hasta alcanzar a todo el pueblo. En un pueblo todo el mundo conoce a todo el mundo. De modo que cuando se pone a llorar, como esta mañana escuchamos desde todas partes, su llanto es un río de desconsuelo que no tiene dónde desembocar.

Los cinco muertos con sus cinco cadáveres y sus llantos, sus familias y sus tragedias multiplicadas por cinco se desparramaron ayer por todo el pueblo: en el tanatorio, en un convento, en la parroquia, porque era imposible que tanto dolor junto cupiese en un solo sitio. Hoy se intentará concentrar en la parroquia, pero será en vano.

Porque el dolor de cinco muertes rotundas después de venir de trabajar de Granada, en las vías de un tren en el que no se subieron pero que los trajo de vuelta definitivamente, se expande hoy en el recuerdo de quiénes fueron Miguel, Chema, Manolo, Antonio Jesús y Juan, no de los números en que se han convertido para la insaciable crónica de sucesos, sino de quienes eran de verdad, de quienes van a seguir siendo en la conciencia viva de un pueblo que los conocía de veras, con sus ilusiones concretas por todas sus vidas por delante que ya se apretujan en el dolor apretujado de quienes se esperanzarán por ellos, pensándolos, dedicándoles muchas horas de desconsolada imaginación sobre las vidas que ya han perdido para intentar suplir así todo lo que ellos imaginarán ahora desde el otro mundo, descansando en paz.

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