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Actualizado: 28 jun 2020 / 10:55 h.
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  • Día del Orgullo Gay

Cada uno de nosotros podemos aparentar una cosa y ser otra muy distinta. Puedo aparentar que soy un gran defensor del Día del Orgullo Gay y, en realidad, no serlo. Prefiero ser sincero: no entiendo muy bien de qué va esto. Es decir, que haya que señalar un día en el almanaque para decir públicamente, desde un balcón o una carroza, en un blog o en las redes sociales, que se está orgulloso de ser homosexual. Pensaba que la lucha era que esto se viera como algo tan natural que no hubiese necesidad de manifestarlo en una romería de carrozas con el culo al aire. No he ido jamás a ninguna manifestación gay y tampoco he puesto nunca una bandera arcoíris en el balcón de casa, porque veo la homosexualidad como algo natural desde que tengo uso de razón.

Reconozco mi asombro cuando vi ayer mismo que hasta la Benemérita se ha prestado a un movimiento politizado por una determinada ideología. Primero Correos y luego la Guardia Civil. Entiendo que haya guardias civiles que, a título personal, estén o no con el movimiento LGTBI, pero, ¿no debería estar la Guardia Civil por encima de cualquier causa reivindicativa? Imaginen que se pusieran en contra. O que mañana mostraran en su perfil de Twitter su solidaridad con algún otro colectivo, digamos politizado por un determinado partido, de izquierdas o de derechas. Por otra parte, no es la primera vez que la Benemérita cede su perfil de Twitter a la causa, así que no entiendo el revuelo en las redes por muy fuerte que sea la cosa.

Les voy a contar una historia. Cuando era un niño sabía que dos vecinos del pueblo se amaban a escondidas, porque los vi alguna que otra tarde besarse y abrazarse en un olivar cercano a casa. Me podría haber impactado la escena, pero no. Me confundió un poco pero al comentárselo a mi madre, me dijo: “Esos hombres se quieren mucho”. Me fui del pueblo y cuarenta años después los vi un domingo tomando mosto en una conocida taberna de Bollullos de la Mitación. Eran ya casi dos ancianos, con vientres abultados y el pelo blanco, y vi cómo se cogían las manos por debajo de la mesa mientras se miraban como queriéndose comer. Me pareció una de las escenas más conmovedoras que había visto en mi vida.

Entre aquella escena y una manifestación gay en la calle, me quedo con la escena. Puede parecer que llevaron toda la vida en secreto su apasionante y hermosa historia de amor, pero no era así. Todo el pueblo lo sabía y todos los vecinos los respetaron siempre. Eso sí, se veían en los olivos o en Sevilla, lejos de las miradas. Un día los vi paseando por el Barrio de Santa Cruz, cuando ya había abandonado el pueblo y vivía en Sevilla, en 1974. Me saludaron desde lejos pero pude escuchar lo que uno le dijo al otro: “Ese es el niño que hablaba con los olivos”. Sí, y el que los vio alguna que otra vez amarse en la intimidad y sin disfraces.

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