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Groucho Marx acuñó una frase gloriosa: «Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros». La frase viene que ni pintada por el caso de Ramón Espinar con las famosas Coca-Colas. Evidentemente ni es un delito tomarse dos Coca-Colas ni «tampoco es pa ponerse ajín», que ya dijo la chirigota de Los Borrachos en su estribillo. El problema viene cuando uno quiere vender una moto que no se la cree ni él mismo. Cada persona es libre de emprender las acciones que crea oportunas. Si Espinar cree que Coca-Cola es digna de ser boicoteada, tiene todo el derecho del mundo a pensarlo y a difundirlo. De la misma manera que yo, por ejemplo, de pensar lo contrario. Otro casi similar fue el de Gabriel Rufián, adalid en redes sociales de la conjura inquisitorial contra Amancio Ortega por lucrarse (según la versión del diputado independentista) con explotación laboral de trabajadores del Tercer Mundo. El mismo Rufián fue cazado in fraganti en el programa de Risto Mejide, vistiendo ropa de Zara. Repito: el problema no es boicotear a la Coca-Cola o llamar al boicot contra la ropa de Inditex. El problema es venir a darnos lecciones de moralidad, pasándoselas luego por el arco del triunfo. Ni Espinar ni Rufián merecen castigo, que bastante tienen con quedar retratados de esta manera. La vieja política tiene muchos defectos, muchos. Pero la nueva política ha querido venir dando lecciones y le queda mucho por aprender. Y es que ya saben lo que se decía de la mujer del César. No basta con parecerlo.

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