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Actualizado: 03 sep 2021 / 04:00 h.
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  • ¿Dónde os fuisteis? Estabais aquí

Viendo la película La lengua de las mariposas que están pasando por TV estos días en los que se cumple -si viviera- el centenario del nacimiento de Fernando Fernán Gómez, el maestro de escuela republicano que encarna el magnífico actor y director en la citada cinta captura una mariposa para mostrársela a su alumno preferido. Es blanca con rayas negras, estilo cebra, que he mirado en la Red sin hallar un nombre popular con el que llamarla. Es lo de menos porque lo que me vino a la memoria era la cantidad de mariposas de ese tipo que yo veía en la zona del Aljarafe en la que veraneaba de niño y joven, que es la misma en la que vivo ahora. Sin embargo, en este tiempo no veo ni una. ¿Qué ha pasado?

Entonces empecé a recordar otras especies que yo contemplaba o capturaba en los años 60, hace tiempo que me he dado cuenta de su desaparición o de los pocos ejemplares que observo. No hay sapos en el campo aljarafeño por el que deambulo. No hay culebras, antes veía muchos jilgueros y verderones, ahora es muy raro que vea alguno. Apenas veo abubillas y los gorriones -cuya inteligencia admiro- han disminuido muchísimo. Sé que hay conejos porque de vez en cuando los gatos capturan alguno y traen sus restos a los dueños en señal de triunfo. Luego está la otra vertiente: los perros cautivos, por regla general. En aquellos tiempos de los 60 y 70 tuve dos perros machos cruzados, uno pastor alemán, Frei, y el otro era una mezcla extraña de pastor alemán y perro de agua, Patrás, con lo cual salió un can extraño, en su fealdad tenía su encanto.

Se hicieron muy amigos, tanto, que cuando agarraba a uno de ellos y lo lanzaba a la piscina el otro se ponía nerviosísimo y me miraba para que lo sacara y hasta que no lo sacaba del agua no se calmaba. Los dos iban a su aire, tanto, que uno de ellos, el pastor alemán “impuro”, se largó un día. Estábamos en Villanueva del Ariscal, en una finca de recreo a 12 kilómetros de Sevilla, pero vivíamos en el barrio de San Vicente de Sevilla donde tuve el honor de nacer. Pocos años después de su desaparición me encontraba con un familiar en un bar del barrio, en la calle Baños, y entró un perro sucio y abandonado, lo miré y dije: “Se parece mucho a Frei”. En cuanto escuchó ese nombre, el perro se vino para nosotros y empezó a hacernos fiestas. Lo llevamos de nuevo a Villanueva, llegó a la finca, empezó a dar vueltas corriendo, como reconociendo aquello, y allí se quedó. Esto no es una invención, es totalmente cierto. ¿Dónde estaría todo ese tiempo? ¿Cómo llegó allí, al barrio, precisamente?

Como ya he dicho que Patrás y él iban a su aire, sueltos, y eran amigos inseparables, un día me llegaron los dos caminando muy despacio, con la cabeza gacha, como extenuados, muy entristecidos, se metieron en la última habitación de la casa, se echaron en el suelo y se murieron juntos. Había entonces gente con muy mala sangre y ayuntamientos que mandaban envenenar perros y ellos dos murieron juntos, envenenados pero libres.

A la vista del panorama actual con tanta gente que “esclaviza” y mima demasiado a sus perros y donde aquel paisaje en el que había cantidad de mariposas, pájaros y otros animales que ahora o no se ven o apenas se ven con tanta urbanización y tanto insecticida, no sé si pensar que se fueron de este mundo en un buen momento. Ya no he tenido más perros para que me hagan compañía a cambio de bienestares excesivos -sobre todo para mí- que les hurtan su medio ambiente más adecuado. No sé si en el futuro caeré en esa flaqueza de no aguantar mi soledad y buscar un perro que me la alivie, pero por el momento me mantengo en mi puesto, ya no estoy en aquella añorada pequeña finca, vivo en una pequeña casa que la raza de perro que me gusta no se merece y los paseos son más humanos que perrunos.

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