Esta semana la actualidad informativa ha sacudido los cimientos de mis propias creencias y ha hecho tambalear la esperanza, que sigo depositando en un acto de ingenuidad, en el ser humano. Como feminista, creo en el poder de las personas (hombres y mujeres) para cambiar contextos que los beneficie y transformar aquellos que mermen su propia libertad individual. Si algo nos diferencia de los animales, es nuestro raciocinio, la autocrítica y la capacidad de generar conocimiento. Por eso, no quiero rendirme ante una cultura patriarcal que cada vez se hace más pegajosa. Nos aniquila el espíritu y mutila esa libertad que deberíamos de colocar siempre en la primera posición dentro de nuestra lista de innegociables.
Ser feminista implica entre otras muchas cosas, llenarse los pies de barro, entrar donde nadie quiere y al menos sembrar semillas, que nos haga replantearnos si la educación sexual, o mejor dicho, la falta de ella, está motivando la proliferación de chicos jóvenes que sin ningún tipo de vacilación, son capaces de violar a una menor por negarse a hacer un trío con ellos. Sí en Alicante, más cerca de lo que nos gustaría, porque otra cosa no, pero meter la mierda debajo de la alfombra se está convirtiendo últimamente en deporte nacional en este país. Tema incómodo éste, que no piensan tratar con la profundidad que merece, ni la clase política, ni los medios de comunicación, ni la escuela... en definitiva ninguno de los agentes de socialización responsables de la educación de estos presuntos violadores y la de una víctima, que tiene la pinta de correr la misma suerte que la de La Manada.
Los responsables directos de la educación de nuestra juventud, escurren el bulto y el discurso mediático se impregna de teorías vacías, relatos inconexos, testimonios descontextualizados... todo menos entonar el mea culpa. Todo, menos rebrincarnos ante lo establecido y plantearnos que la falta de educación sexual en la juventud, sumado a un repunte del machismo y un sistema patriarcal que vela porque todo esto se legitime, nos conducirá inevitablemente a más casos como el de Alicante. Y tras semanas hablando de más y más casos, acabaremos tan narcotizados/as que empezamos a naturalizar, como llevamos haciendo siglos, la violencia hacia las mujeres.
La revolución sexual, esa que permitió a las mujeres controlar la natalidad y disfrutar de sus propios cuerpos, nos estalla en la cara en una magistral maniobra patriarcal para que volvamos a nuestra posición “natural” de objeto sexual. ¿Pero qué nos habíamos pensado mujeres, que aquí ya estaba todo resuelto? Nos han hecho creer libres, cuando sólo abrieron la puerta para que entrara algo de luz. Ahora nos toca visibilizar esta violencia y alertar de que el problema lo tenemos la sociedad entera. Estamos olvidando la importancia de educar a nuestros niños y niñas en emociones y valores igualitarios y algo tan crucial para nuestras vidas como es la educación sexual, la estamos delegando en la pornografía.
El porno es un negocio increíblemente lucrativo y del que se enriquece toda una industria usando el cuerpo de la mujeres como mercancía. Además de ser los educadores sexuales oficiales de nuestros retoños. Se generan más de 2.6 millones de euros al año y el 90% de los vídeos en Internet contienen violencia verbal y física hacia las mujeres. La palabra “violación” es la más buscada por los usuarios a la hora de descargar material. Un contenido, en el que mayoritariamente se ofrecen escenas en las que la mujer se muestra sin deseo, pero sometida a un grupo de hombres que la disfrutan como si de un ser inerte se tratara. Muertas nos quieren, sumisas nos quieren, con un sí siempre en la boca, humilladas, vejadas, maltratadas...esa es la educación sexual que están recibiendo nuestros jóvenes.
El porno, nos recuerda qué papel debemos adoptar en las relaciones íntimas y cómo debemos situarnos ante el placer propio y el ajeno. ¿Todavía sorprendidos del caso de los presuntos violadores de Valencia a esta menor por no querer participar en un trío?
No hacernos responsables de la educación sexual de nuestras criaturas y seguir alimentando la pornografía, supone criar a niños enfermos que entenderán que no existe placer sin violencia, que no existe masculinidad sin sometimiento, que no existe relación sin humillación. Somos responsable de la crianza de estos futuros depredadores sexuales. ¿Por qué no dejarnos de especulaciones y entrar a trabajar en educación sexual y emocional para que nuestros niños no tengan que recuperarse de su infancia?
Como os decía al principio, sigo creyendo en el ser humano y en el feminismo como conjunto, capaces ambos, de cambiar creencias basadas en las relaciones de poder.
Una noticia llena esta semana de esperanza esta lucha, tantas veces cuestionada. Canarias ha sido la primera comunidad en atreverse a plantar cara a un sistema educativo deficitario. Desde 2014, el alumnado de seis a nueve años, tienen 90 minutos semanales de educación emocional en la escuela. Una apuesta de carácter obligatorio, que rascando horas a otras disciplinas y pasando por encima de una comunidad educativa purista y rancia, ha conseguido mejorar con creces las relaciones personales entre el alumnado. Un claro ejemplo, de que luchar contra lo establecido y reconstruirse desde lo emocional, ayuda a levantar sociedades libres de violencia y prejuicios.