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Actualizado: 14 mar 2017 / 07:35 h.
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Se puede ser tan cateto como para ridiculizar el habla andaluza, que es el más potente trampolín para que la lengua española se hable en medio mundo? Los acentos de una lengua la enriquecen. Ninguna lengua tiene un acento perfecto y unos acentos imperfectos. Todas las lenguas se materializan, a la hora de la verdad -a la hora de hablarlas-, en hablas o acentos, que son las formas personalísimas de avivar una lengua, pues las lenguas que no se hablan son lenguas muertas.

El castellano hablado en Andalucía -el andaluz, o mejor dicho, las hablas andaluzas- está tan vivo que lleva siglos a la vanguardia de nuestra lengua, desde que era lengua imperial y estuvo llamada a que la hablasen casi 500 millones de personas en el mundo. Fue el castellano hablado en Andalucía -o sea, el andaluz, estas hablas andaluzas nuestras- el que cruzó el Atlántico para derramarse por América. Y desde entonces, todos aquellos acentos no provienen de un castellano a secas -que tal vez no exista-, sino del castellano hablado en Andalucía, o sea, el andaluz.

Que el andaluz es dialecto de vanguardia, lengua con personalidad, economía propia y versatilidad comunicativa más allá de la frígida teoría academicista no solo lo han dicho escritores -quienes mejor manejan una lengua- nacidos aquí, como Antonio Machado o Antonio Muñoz Molina, sino incluso escritores nacidos en la otra punta de España, como Torrente Ballester.

Así que cuando nos vengan con vulgarismos extendidos por el Sur -como por cualquier otra parte-, no los reconozcamos como andalucismos, sino como vulgarismos, que son cosas muy distintas. Que ya está bien de dar la lata con el andaluz, acento tan principal de quienes mejor sabemos hablar español con todas las letras y a pecho descubierto. Otra pena distinta es que muchos ataques a nuestras hablas no provengan de fuera sino de dentro. Pero ese es ya otro cantar.

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