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Actualizado: 07 feb 2021 / 11:08 h.
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  • El calendario y la memoria

El calendario y la memoria no entienden de pandemias. Pero 2021 –como 2020 y ya veremos qué ocurre en 2022- ha vuelto a arrebatarnos ese rosario de pequeños ritos que creíamos inmutable. Un año es algo más que jornadas laborales, descansos y vacaciones, para el que las tenga. Ese algo más que trasciende de las rutinas y obligaciones es lo que quedó fulminado hace once meses por un dudoso bichito al que nadie es capaz de poner fecha de caducidad. A pesar de todo el tiempo sigue corriendo; enseñándonos nuestra pequeñez. Los nubarrones negros de este mismo fin de semana, el ventarrón fresco e incierto y nuestro propio reloj interior nos han colocado a las puertas de ese tiempo nuevo que no podrá ser como siempre. No, no es que no importe. Pero cuando la alforja empieza a cargar años el terreno de la sana nostalgia se convierte en un refugio de lo que no podrá ser.

Febrero no deja de ser el zaguán de marzo, la antesala de esa cuaresma inminente que se vivirá, más que nunca, amparada en el calor de las imágenes y de todo lo que representan. Pero la memoria vuela a la vez que crece la luz y se esponjan las horas del día. No, no podremos escaparnos al centro con cualquier excusa vana para ver crecer los pasos en la intimidad de los templos. Tampoco podremos embarcarnos en ese retablo de afectos conocidos que pulverizan la cotidianidad. Quizá podamos robarle un café a las prisas, cualquier tarde de estas, para sentir ese íntimo pellizco que nos devuelve a las ilusiones de la niñez. El territorio de esta espera no deja de ser la última puerta abierta a un mundo de ilusiones que estallaban cuando veíamos al primer nazareno caminando presuroso –y por el camino más corto- camino de su templo. Ese corto camino ya lo recorrió Montesinos en la lejanía de sí mismo para desvelar el verdadero secreto de la Semana Santa: “Silencioso es el rito, no aprendido...”

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