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Actualizado: 26 sep 2021 / 09:08 h.
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  • El Gran Poder en Los Pajaritos

Sevilla se ha convertido en un obituario; un funeral que siempre llega después del sepelio y en el que apenas hay tiempo para el adiós.

En estos días, ha cerrado el Bar Manolo, vigía de aquella Plaza que se llamó General Mola y ahora es La Alfalfa, -y donde acuñara cada Domingo el mercadillo de animales, también erradicado, por la autoridad de turno.

Sevilla, parafraseando a Rubalcaba, es el lugar perfecto para despedir y si me apuran, para enterrar, y entre tanto discurso funerario, tal vez por eso escaparan de la desolación del olvido Cernuda, Vallina o Machado.

Si permanecen en nuestra memoria, como torbellinos de colores, tal vez sea su contumacia en no volver, conque no hay loa sincera en la muerte que viste los abismos de la existencia.

En esta ciudad, hemos prescindido de los papelones de papel estraza donde envolvíamos las pavías, los montaditos de mechada o los chicharrones, que sólo eran de atún en la Bahía, y los hemos sustituido por el pastrami de presa ibérica, el gazpacho de mango, o el tartar de mero marinado.

Pasas por el Colegio a recoger al niño y ya no existen ni Primero, ni Segundo, sino Year One and Two, que imaginen mi cara, cuando la portera (perdón la “vigilanta”) me interroga adónde voy, siempre que llego tarde adonde nunca pasa nada.

Entre los carteles de paella en cinco minutos, en los que el arroz está más pasado que la propia foto y las impersonales pizzas donde el engrudo sustituye a la mozarella napolitana, ya apenas un fugaz recuerdo, tal vez el tiritar –que era el nuestro- de Esnaola –antes de cada falta de Scotta; o el diletar de la Esperanza de Triana, cimbreada como queriendo no morir cuando todo muere, entre la lluvia en la Magdalena.

Aquí la libertad es amarga y consiste en pedir croquetas y hasta te hacen un homenaje por valiente; y ya ni una tasca ofrece la manteca colorá, sino unos minúsculos plásticos donde pone “margarina” y que no llenan ni una de las dos partes del bollo precongelado al que definen mollete.

Será por eso por lo que siempre tengo hambre (perdón apetito), y deploro los menús degustación, que al final parecen surtido variado de alitas de pollo frito al estilo chino.

Ahora incluso cierran las bibliotecas municipales, -¡Juanito Espadas, que, entre viaje y viaje, se nos cae la urbe-!, y ya el presupuesto no llega ni para sus vigilantes...

Hemos despertado –ay qué dolor- viejos; y solo nos van quedando las plazas donde los humanos nos peleamos con Dios por habernos abandonado en este suerte de miseria existencial que ha permitido hasta la muerte de monjas allende Sor Angela de la Cruz.

Fíjense si hemos envejecido, que ya solo refulgen destellos, como el recuerdo de aquel edificio, donde ahora moran los fantasmas, de la Magistratura del Trabajo en la calle Niebla, en el que D. Manuel Gómez Burón, siempre descubría quiénes eran los malos y sus extemporáneos falsos testigos.

Pero he aquí que, en los próximos días de Octubre y hasta Noviembre, el Gran Poder iniciará su otra Misión General. Y su Cristo, dejará el viejo barrio de San Lorenzo para llegar hasta Los Pajaritos, permanecer con su gente, sí esa de la de los dos barrios más pobres de España, que vergüenza nos debería dar entre tanto boato, incienso y azahar.

Parará en las miserias del dolor del vacío, y seguro que tarde, para todos los que fuimos junto a la Virgen del Dulce Nombre, porque no salvó a tu madre del cáncer, o no te permitió siquiera despedir al último asolado del virus.

Así que, el Gran Poder dejará las alfombras rojas de la carrera oficial, para unirse a los desheredados de la tierra, los de Juan XXIII, Arrupe o el Papa Francisco...

Caminará por las rondas del “extrarradio”, descansará en los insomnios de los pobres y consolará tus úlceras de recónditos dolores enterrados... Tal vez solo será aroma de una rosa para quienes volvieron de su Templo, sin respuestas, maldiciendo, y sin entender por qué. Suficiente...

Así que Señor, que todo lo puedes, bienvenido a mi humilde morada y hágase en mí, según tu voluntad.