Es tremenda la noticia publicada hace dos días por el compañero de Abc Alberto García Reyes, de que el Ayuntamiento de Sevilla puede mandar a destruir parte del legado del gran Antonio el Bailarín porque una sastra del Lope de Vega de Sevilla se infectó con su ropa, aunque no me espanto ya de nada y menos con el trato dado al gran Antonio Ruiz Soler, sin duda el artista más grande del baile en Sevilla y más allá de las lindes de la capital andaluza. Hace años que todo su legado debería estar reunido y expuesto en un museo con su nombre, pero en Sevilla importan un pimiento la historia del flamenco y sus protagonistas. Cuando hace años empecé a promover la idea del museo flamenco de Sevilla, en algunas instituciones públicas no solo no mostraron ningún interés, sino que se reían cuando les apuntaba qué edificios céntricos podrían ser los idóneos para el futuro museo flamenco de la ciudad. El único bronce que hay de Antonio en Sevilla está en la puerta de los servicios del Cementerio de San Fernando, con lo que está todo dicho. Y ahora, esto. Manda narices este asunto.