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Actualizado: 18 nov 2017 / 17:03 h.
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No les suena a nuevo si les digo que toda la ciudad está festejando honda y largamente a uno de sus artistas predilectos: Bartolomé Esteban Murillo. La efemérides de su nacimiento, del que se cumplirán cuatrocientos años en los últimos días de este año, nos invita a contemplar sus obras con ojos nuevos, adentrándonos en el alma de un artista que vino a morir un Lunes de Pascua de 1682. Sólo tres días antes (quién sabe) pudo contemplar en procesión el nuevo Cristo expirante de Triana, el Cachorro, recién tallado por un todavía joven Ruiz Gijón, con quien uno de sus discípulos, Alonso Miguel de Tovar, escribiría años más tarde la gloriosa página de la invención iconográfica de la Divina Pastora.

Celebramos a Murillo, el de los grandes lienzos que le dan vida y que le dan muerte, como aquel de los Desposorios para el convento gaditano en el que estaba ocupado en su taller cuando cayó del andamio quedando gravemente herido. Celebramos a Murillo, también al de los lienzos de gabinete con temas pícaros y mujeres humildes de vidas complicadas y grises, entregadas a salir adelante con pobres recursos en una Sevilla llena de oportunidades en un lado y otro del océano. Sí, celebramos en Murillo al pintor de los pobres, y en ello quiero incidir hoy, cuando toda la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Pobre, propuesta por el papa Francisco para tomar conciencia del lugar que han de ocupar nuestros hermanos, los más necesitados, en el discurso de la vida actual, muchas veces distraída en asuntos secundarios y que es capaz de volver la mirada a uno de esos niños abandonados que Murillo hizo ventanas de su propio tiempo para que nos siguieran transmitiendo ternura y compasión.

El papa nos ha invitado a orar, pero también a actuar. Nos ha propuesto que hagamos colectas especiales para esta causa, pero que no todo se quede en un gesto, que a unos costará más y a otros bastante menos. ¿Cómo se pone al pobre en medio de la existencia, en medio de esa riqueza que tenemos o aparentamos y que muchas veces se cifra en una cuenta corriente, en un móvil, en un coche de alta gama? Se hace apartando las manos de toda esa materialidad y dejando el dinero para buscar el afecto de quienes nos rodean, en olvidar el móvil para mirar a los ojos fijamente y en no querer dejar el coche en la misma esquina, sino en salir, andando, al encuentro de tantos que pasan a tu lado y son verdaderamente pobres en materia y espíritu.

Hay que volver a leerse las Bienaventuranzas, y descubrir en ellas la bendición que hemos de gozar también nosotros, porque si no nos hacemos pobres con ellos difícilmente podremos comprender cuán grande es la llamada a la santidad que Dios nos hace por medio de ellos.

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