¿Puede un conjunto escultórico de belleza infinita catapultar las emociones hacia dos puntos equidistantes al mismo tiempo?. Creo que me ocurrió hace unos días en el patio de una casa palacio, con El rapto de Proserpina (1621). Ante dicho espectáculo visual me pregunté, si a esto se referían mis referentes feministas cuando me dijeron en su día que, ponerse las gafas violetas, no tenía vuelta atrás y no siempre iba a resultar fácil llevarlas.
Tras unos segundos en los que supongo seguía respirando, mi mente cruzo siglos de historia y atravesó decenas de ciudades, para llegar de la Italia de Bernini al rocoso Kirguistán, el país más inaccesible del mundo. Donde como mujer corres el riesgo de ir a una boda y darte cuenta en ese momento que la novia eres tú. Puede parecer una simple broma o el argumento perfecto para una comedia francesa. Estamos hablando de un país con sólo 24 años de vida, con una geografía que impiden los accesos, quizás por eso también se hace difícil saber qué ocurre allí. Imposible casi determinar qué dificulta acabar con tradiciones violentas e invasoras, que marcan la vida y el destino de las mujeres del lugar.
Un país en medio de ninguna parte, alejado de miradas inquisitorias, que los puedan obligar a adoptar un régimen democrático real. Nadie los invita a abandonar los fundamentalismos religiosos y patriarcales, para garantizar una sociedad libre de violencia. Un pueblo que viva la libertad desde el respeto a la individualidad y donde las mujeres no sean una propiedad más de los hombres. Poner fin a los mandatos de género y las relaciones de poder.
No pude evitar, mientras contemplaba El Rapto en La Casa Fabiola (Sevilla), pensar en todas aquellas mujeres que como Proserpina, han sido raptadas para obligarlas a casarse con su secuestrador. La posición del grupo escultórico, un contrapposto o chiasmo retorcido (reminiscencia del Manierismo) hace que podamos ver el momento del rapto, como si estuviera ocurriendo en ese momento. Observar los dedos de Plutón clavándose cruelmente en el cuerpo de la ninfa para inmovilizarla, inevitablemente desencadena una bajada brutal de la temperatura en mi cuerpo, que se iguala en cuestión de segundos, a la del bloque de mármol que tengo frente a mis ojos. ¿Puede crearse una obra de arte más gráfica de la violencia y la apropiación del cuerpo de una mujer? Un “porque eres mía” se cruza en ese momento por mi mente, que cortocircuita con mis ganas de poder disfrutar de esta maravilla de Bernini, olvidando que soy hija del patriarcado.
Mi alma vuelve al país del olvido, donde se practica el rapto de la novia pese a la prohibición legislativa, para buscar la raíz de una práctica prehistórica. Una tradición que ya se popularizó en épocas de guerra y de la que los artistas del momento dejaron testimonio, no sólo Bernini, sino pintores my posteriores al italiano, como Francisco Pradilla con su obra “El rapto de las Sabinas” (1874).