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Actualizado: 19 mar 2018 / 22:55 h.
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Han sido algo más de diez años sin saber de ella. Toda una década sin tan siquiera recordarla porque la fortuna quiso poner a mi alcance un privilegio del que solo gozan unos cuantos elegidos y que, en cierto modo, te lleva a olvidarte de todo lo demás. No he sido persona de practicar desde la juventud el noble y sacro arte de sacar pasos, aunque he de reconocer que, viendo que se me pasaba el arroz y que en la mía, el Señor de la Sentencia, no era posible entrar, llegué a hacer un ensayo en el misterio de Las Siete Palabras a las órdenes, por entonces, de mi amigo Pepe Luna. Me deparó el destino que, aquel mismo año 2007, el inolvidable Miguel Loreto Bejarano se apiadara de mi persona e hiciera realidad mi humilde sueño de macareno. Diez Madrugás –la de 2011 la malogró la lluvia–, plenas de gozo, con momentos duros indudablemente, pero siempre enriquecedoras porque, como bien dice mi querido Manuel Romero Luque, un paso trata a todo el mundo por igual y no entiende ni de profesiones ni de condiciones: al que tiene más le hace cavilar tanto como al que tiene menos, al policía tanto como al abogado, al camarero como al escayolista, al pescadero como al periodista... Formar parte de ese colectivo de costaleros macarenos me ha brindado, además, momentos únicos: sacar en dos ocasiones a Nuestra Señora del Rosario, una de ellas llegando hasta la capilla de Montesión, o, en aquel imborrable mes de mayo de 2014, ser los pies de la Virgen de La Esperanza en la salida extraordinaria del 50 aniversario de su coronación canónica. Después de todo eso y de conocer a tanta gente buena, pensé que la retirada iba a ser algo más costosa, pero, insisto, el reencontrarme con ella ha servido para aliviar la desazón de este trance en el que he decidido colgar el costal. Ella que, además, es fruto de un momento de felicidad compartida y del trabajo de aquellas manos a las que años atrás les dedique uno de estos artículos. He de reconocer que al verla y cuando ya queda tan poco para el gozo de los días más esperados, el entripado ha sido como el de esas noches de hacerse la ropa y liarse la faja. No soy de dar consejos, pero si sois costaleros y llega el momento de dejar las trabajaderas no dudéis en reencontrarse con ella porque hará que todo sea más llevadero e igual de ilusionante... Mi túnica de nazareno.

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