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Actualizado: 04 jul 2020 / 04:00 h.
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  • Foto: EFE
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Como la Historia no se repite, ahora estamos ante desafíos que nos van a exigir una enorme demostración de madurez. Miren, aquí, o legalizamos factores que nos pueden parecer escandalosos o cerramos el grifo de la libertad e implantamos un régimen nazi-fascista, llegará un momento en que habrá que decidirse.

Bajo ese tipo de régimen seguirán existiendo los factores de los que ahora huimos, pero bajo un ropaje clandestino que les supondrá más daños a sus protagonistas. Es lo que tienen las ideologías simples, que lo quieren tapar todo y meterlo debajo de la alfombra como cuando a Franco le quitaban a los mendigos de en medio para que no los viera si iba de visita por ahí.

Me viene todo a la cabeza por el asunto de la prostitución en Ámsterdam y otras ciudades de los Países Bajos. Nos puede asquear esa visión expositora de mujeres y hombres en escaparates, me recuerda a la venta de esclavos en los mercados de las ciudades romanas, pero eso es lo que hay y no es cuestión de prohibirlo porque en algunas ciudades romanas -ya que hablamos de ello- hasta había indicaciones en la vía pública que señalaban por dónde se iba a un prostíbulo, es decir, que tenemos ante nosotros la prueba irrefutable no sólo de que “la jodienda no tiene enmienda” sino de que muy probablemente nuestros ancestros homínidos y sapiens -machos y hembras- no eran precisamente monógamos y, evolutivamente hablando, no estamos lejos de ellos, al revés. La Iglesia se hubiera ahorrado bastantes problemas si desde el principio de sus tiempos hubiera comprendido esto como hicieron los puritanos protestantes. Ahora a ver cómo se las apaña para que, poco a poco, entren mujeres en el sacerdocio y los curas se puedan casar porque es más fácil derribar a dentelladas la Muralla China que acabar con una costumbre que posee un significado imaginario y utópico para los humanos.

He leído informaciones a primera vista algo contradictorias sobre la prostitución en Ámsterdam. Unas me dicen que sus habitantes van a aprovechar el Covid-19 para borrar esa imagen de ciudad estilo Sodoma y Gomorra que proyectan. Otras que los gobiernos de aquellas zonas están apoyando a esos trabajadores y trabajadoras -inmigrantes muchos- ante el descalabro que en sus economías domésticas está suponiendo la pandemia.

Claro, es que, si no puedes con tu enemigo, únete a él, la prostitución se convierte en profesión con todos sus deberes y derechos, comprendo que las feministas se escandalicen pero, miren, ya podemos educar todo lo que queramos a los niños y a las niñas en pro de que desaparezca la prostitución que no va a desaparecer como no desaparecen las guerras porque nos aleccionen contra ellas toda nuestra vida. Eso no significa que no sigamos educando contra la prostitución y la guerra, pero la paradoja es ésta: los que consideramos factores negativos para nuestra conciencia, moral y ética, podrían mermar o desaparecer, digo podrían, si los seguimos viendo y padeciendo. El humano, no pudiendo evitar las guerras, no sólo las ha legalizado, sino que las ha sacralizado y las ha llenado de normas morales y de justificaciones.

He asistido a polémicas entre la realidad que son las prostitutas, en Sevilla, por ejemplo, y el comprensible deseo feminista. Las primeras piden legalización y sindicatos, las segundas la persecución de los clientes. El ayuntamiento por supuesto les hace caso a las feministas y entonces las prostitutas nos hacen ver de nuevo la realidad: oigan, con las normativas de persecución a los puteros lo que han hecho es aumentar nuestra inseguridad porque ahora nos tenemos que ir a zonas peligrosas de la ciudad.

¿Qué hacemos? Ahí está el reto. ¿Lo metemos debajo de la alfombra o nos enfrentamos a él valientemente como exigen los tiempos?