Cuando pagas por una copa en un establecimiento no sólo te dejas el dinero por el líquido elemento. Estás pagando un momento, un instante de conversación, unas vistas o un rato de evasión.
Esto que voy a relatar me ha pasado un par de veces y nunca le había dado mucha importancia hasta el otro día, que uno se cansa ya de los engaños.
No quiero que estas palabras sirvan para generalizar y atacar a un gremio que lo está pasando muy mal, pues por lo general, la mayoría de los camareros son profesionales y evitan estas prácticas.
El otro día subí a una de esas terrazas en las que se contempla la Giralda a cierta altura y pagas la copa a precio de botella. Es normal, no sólo abonas el líquido elemento, también lo haces por las vistas, el servicio y un agradable rato.
Cuando llegué allí busqué al encargado y le pregunté si se podía tomar algo. Muy amablemente me contestó que por supuesto y me asignó una mesa.
Todo fue bien hasta que, cinco minutos después de que sirvieran las copas, llegó una agradable camarera y dijo que tenía que recoger. Mi cara tuvo que ser tan de sorpresa que la chica me preguntó si no me habían dicho nada referente al tiempo que iba a tener para tomarme la copa. Le dije que no, que si me llegan a decir que sólo tengo cinco minutos me voy y no pasa nada. Hubiese vuelto otro día.