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Actualizado: 04 jun 2023 / 20:03 h.
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  • Elogio del mediocre

Justo es reconocerlo. El libro “Elogio del imbécil”, de reciente aparición, ha salido cojo. Una de esas coas de las que uno se acuerda tarde. Debería haber llevado un epílogo dedicado a los mediocres, que bien podría haberse titulado “Elogio del mediocre”. Habrá que tenerlo en cuenta si la editorial considera conveniente publicar una nueva edición. Pero aunque sea un apéndice tendrá que estar aparte, separado del resto de las páginas dedicadas al imbécil, porque hay una diferencia fundamental: el imbécil no es corrosivo y muchas veces, si hay voluntad, es posible mejorar. No siempre y la mejora de algunos será parcial, relativa, pero algo es algo.

El mediocre en cambio es muy corrosivo. La imbecilidad tiene solución aunque suela ser lenta y a veces no pueda ser plena; la mediocridad no la tiene. Al contrario, el mediocre tiene tendencia a hundirse continuamente en el fango de su propia mediocridad. Su riesgo de corrosión es altamente peligroso. El mediocre no es creativo, al contrario busca específicamente destruir: un arquitecto mediocre seguirá una tendencia sin aportar nada, es más: despreciará los estilos, sus construcciones serán ramplonas y hasta es posible que se considere a sí mismo “genial”. Un médico mediocre tendrá más de matasanos que de médico. Un escritor mediocre aburrirá a sus lectores y los perderá a causa del aburrimiento, siempre escribiendo en primera persona y un crítico o un comentarista, incapaz de deducir, de analizar, de discernir, se limitará a seguir y defender los postulados con los que mejor simpatice.

Lo suyo es destruir, da igual qué. Sabe que destruir es mucho más fácil que construir. Que construir cuesta trabajo, tiempo, esfuerzo, imaginación, voluntad y como él carece de toda virtud, se dedicará siempre a lo fácil. Que lo que ha costado años construir, bastan cinco minutos para destruirlo sin necesidad de disponer de un alto coeficiente, con tan sólo el pequeño esfuerzo de minimizar a todo el mundo, de buscar la manera de que nadie destaque para ocultar su propia pequeñez. No es irónico, ni mordiente, ni sarcástico, porque para eso hay que tener un mínimo de inteligencia. Un imbécil puede prender fuego al templo de Artemisa, en Éfeso, para hacerse popular, por eso Eróstrato quedó como símbolo de la imbecilidad a nivel mundial, pero es más frecuente que haga muchas más imbecilidades, algunas de las cuales pueden hasta hacer gracia. Al mediocre le basta con murmurar, vituperar, despreciar y depreciar a los demás, para que no se note su propia falta de capacidad. El mediocre es enemigo de todo aquello que le pueda dar algo de trabajo, si tan solo le hace pensar.

El mediocre es la personificación de El principio de Peter.

En el trabajo el mediocre es un riesgo seguro, un peligro permanente además de despreciable, porque es rastrero y mal compañero, siempre irá con cualquier cuento sobre otros a los jefes para hacerse valer ante ellos; nunca sentirá escrúpulos de hablar mal de los demás. Se sentirá ofendido o maltratado si el proyecto de otra persona le obliga a trabajar o a pensar aunque sea en proporción mínima y procurará quitarle importancia a todo cuanto supere su escaso nivel de inteligencia. Los responsables de empresas y partidos, sobre todo de partidos, los prefieren para puestos de responsabilidad limitada, porque son sumisos en apariencia y nunca le discutirán sus decisiones por muy equivocadas que estén, porque no piensan, y se dedican a criticar a sus compañeros para minusvalorar sus aciertos y, como ya se ha dicho, esconder su propia inutilidad. Aunque como todos los errores se pueden recrecer, por el principio de Peter puede llegar a escalar puestos más altos, lo que aumenta su peligrosidad. Para el mediocre la eficacia es un defecto, porque aquel que es eficaz puede dejarle en evidencia. El mediocre puede llegar a destacar por la preferencia que sienten por ellos los máximos responsables pese a que no tiene espíritu de superación, pero sí tiene un acendrado espíritu de minorar los aciertos y éxitos de los demás. Y si ocupa un puesto, se ocupará especialmente de impedir que alguien pueda hacer algo útil o destacar por su capacidad de trabajo o su originalidad.