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Actualizado: 28 sep 2020 / 09:14 h.
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  • Pablo Iglesias y Alberto Garzón. / Fotografía: Podemos
    Pablo Iglesias y Alberto Garzón. / Fotografía: Podemos

Desde que murió Francisco Franco, nuestro dictador cañí, en España se ha ido construyendo una enorme y poderosa estructura sobre la que reposa la que ya es nuestra forma de vida. Digan lo que digan algunos, en España se vive en libertad porque es un país maravilloso. Ya sé que no todos viven igual de bien pero, en general, en España se vive con seguridad, no es un país totalitario, las calles no están infestadas de mendigos (los hay y debería acabarse con esa lacra que pisotea la dignidad humana) ni tenemos que ir armados por si nos asaltan. Decir que en España impera una dictadura camuflada, que el Jefe del Estado es desleal con las instituciones o que cualquier régimen posible es mejor que este nuestro, es cosa de bobos; en concreto, de políticos incapaces que inventan una realidad paralela en la que pueden convivir los desengañados, los vulnerables y los que sienten que la injusticia se ha cebado con ellos. En esas realidades paralelas que los populistas son capaces de crear con facilidad, se encuentra una entelequia que se torna en desesperación cuando el que se deja atrapar descubre que ha sido engañado.

Pablo Iglesias se dirige a los que peor viven (como si fuera uno de ellos y sin ponerse rojo desde la cabeza a los pies) para ofrecerles una especie de tierra prometida, una España sin rey en la que él ocuparía el despacho del palacio presidencial de una hipotética tercera república española. Ofrece una tierra prometida en la que los pobres no lo serán tanto y en la que los ricos serán pobres; promete igualdad, prosperidad y un futuro acogedor puesto que la promesa incluye la posibilidad de participar. Qué bonito; las plazas de todas las ciudades de España llenas de personas opinando y moviendo las manitas en el aire para aplaudir. ¡Fuera el sistema político actual, fuera el modelo de Estado actual, fuera los ricos actuales (en la España de Iglesias solo caben ricos como él y su esposa)!

Se empeña Iglesias en criticar lo que se consiguió tras la muerte del dictador. Y no acierta a entender que comparando lo que él ha aportado y lo que cualquiera de aquellos políticos de finales de los setenta consiguió (en diez minutos), lo de Iglesias huele a cochambre ideológica de manual, a política de tuit. Lo que hicieron los políticos de la transición española es una obra de arte dedicada a la libertad, es una lección de compromiso democrático y de civismo por parte de todos los españoles. Se empeña Iglesias en imponer su criterio sobre lo que se debió hacer cuando, ahora, no sabe por dónde empezar dada su falta de preparación y de experiencia (es protagonista de una de las peores gestiones de la pandemia en el mundo entero). Es necesario recordar que poseer un título universitario o ser profesor no te hace más inteligente o más grande como persona. Lo siento, pero eso no es así.

Detrás de Iglesias está Garzón, un ministro mediocre y escondido tras su ineficacia, lanzando mensajes en las redes como si fuera un joven de veinte años que necesita hacerse notar. Atacar al Rey de España viste mucho entre los jóvenes revolucionarios. Y los independentistas se parapetan tras Iglesias. Y los que apoyan la violencia de ETA. En fin, detrás están los que deben estar. Pero, se pongan como se pongan, España no es la cárcel que pintan, ni un país de mierda. Ya quisieran ellos. Porque en otras condiciones saben que no podrían gobernar jamás.