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Actualizado: 23 ene 2020 / 08:07 h.
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  • Fotografía: DAVID FERNÁNDEZ (EFE)
    Fotografía: DAVID FERNÁNDEZ (EFE)

Hace, al menos, cuarenta años, mis padres viajaron, por primera vez, a Londres. Y, desde ese momento, mi madre siempre ha contado lo que vio en aquellos aviones; en el de ida y en el de vuelta. Parece ser que el pasaje estaba formado, en un porcentaje importante, por madres que viajaban con sus hijas adolescentes. Las mismas en el viaje de ida, las mismas en el viaje de regreso. Cara de preocupación en dirección a Londres, cara de tristeza al volver a casa. Mi madre siempre se refiere a las piernas de aquellas jovencitas que se sentaban junto a sus madres. Le resultó muy impactante que muchas de ellas mostrasen manchas moradas. Eso es lo que cuenta.

Es preciso señalar que en aquella época los viajes de fin de semana y al extranjero eran casi una excentricidad. Y es bueno recordar que en aquella época se decía que a Londres se iba a abortar. Y solo a eso. Cosas de aquella España tan retorcida sobre sí misma, pero que, en este caso, puede que tenga bastante de cierto. También, es preciso señalar que la educación sexual era una entelequia, que los maricones eran unos indeseables y que el hombre debía ser un macho alfa.

El caso es que en aquel avión, mis padres saludaron a dos de aquellas madres acompañadas por sus hijas. Eran vecinas del barrio, de misa diaria y contrarias a cualquier cosa que representase un progreso que los españoles rogaban por las esquinas.

Recuerdo todo esto al saber que desde la extrema derecha española se trata de destruir la imagen y el trabajo de los profesionales y de los colectivos que se dedican a trabajar para prevenir la violencia y el acoso homófobo, los abusos sexuales y los embarazos adolescentes. Tal vez, esos que mienten descaradamente y publican vídeos que no tienen nada que ver con esos colectivos ni con esos profesionales, no saben que pueden tener en casa un joven gay, o no saben que sus hijas podrían sufrir acosos o abusos de carácter sexual. Quizás creen que sus hijas no pueden quedar embarazadas siendo jovencísimas. Es posible que no sepan que, si escupen hacia arriba, les puede caer encima lo que acaban de echar por la boca. A ellos y a cualquiera, incluido yo mismo.

¿Qué tal si somos un poco más prudentes y más empáticos? ¿Qué tal si abrimos la mente y tratamos de entender lo que hacen los demás y la razón por la que lo hacen? Sería maravilloso.