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Actualizado: 10 oct 2021 / 04:00 h.
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Palabra controvertida y confusa por el vicio contraído a costa de buscar una falsa originalidad en la aplicación a ciertas palabras de significado distinto al propio. Porque especular no es conjeturar, disquisición, elucubrar, estimación, hipótesis, supuesto, calcular, imaginar ni suponer, acepciones ciertas y certeras sustituidas de golpe por un solo palabro, cuyo significado real y único es «alterar artificialmente el valor de las cosas para obtener beneficio». Beneficio irregular, hay que añadir. Especular, por ejemplo, es haber pagado un millón de pesetas por un piso y cuarenta años después, con el piso desgastado y su estructura degradada por el uso, pretender venderlo en veinte o treinta veces su valor de compra. Extraño mecanismo que la vivienda, pese a degradarse como cualquier otro producto, sea el único en subir de precio y no al ritmo del IPC, sino al ritmo comparativo y caprichoso del precio impuesto por la promotora-inmobiliaria a la vivienda de nueva construcción, con la que el propietario se compara a pesar de la vejez. ¿Qué se haría si los garbanzos ya pasados o las verduras en mal estado recibieran este tratamiento económico? Incluso si el tratamiento fuera solo para las legumbres o las verduras frescas. ¿Cuál sería la respuesta?

Eso es especular. Porque altera artificialmente el precio para obtener beneficio. Beneficio obtenido a costa de otras personas obligadas a pagar un precio muy superior al lógico, porque cuando existe especulación es necesario que muchos pierdan para que algunos ganen. Porque el dinero no se inventa, no se puede imprimir sin más. El dinero se mueve. Pero cuando se especula no hay movimiento, solamente trasvase de unos bolsillos a otros, menos numerosos estos últimos, por lo que ese dinero se hace improductivo al limitarse a engordar una cuenta —muchas veces tan solo una caja, en ocasiones ni siquiera fuerte, para librarse del «engorro» de Hacienda—. Al final, lo que hace la especulación es empobrecer el país, porque el dinero acumulado no produce ni se reproduce.

Las autoridades de la UE reconocen que no debe ser gastado en vivienda más del 25% del salario. En Suiza, con un salario base más del triple del español, alquilar una vivienda cuesta bastante menos del precio medio en Sevilla. Una notable diferencia: en Suiza el precio está estabilizada y no se obliga a salir volando al inquilino a los cinco años, en Sevilla sigue subiendo y la ley ha hecho nómadas a los inquilinos. Y todavía podridos partidos azules rechazan la regulación de los alquileres, mientras la sistemática Berlín expropia cuarenta mil viviendas acusados sus dueños de especuladores, cosa que en España sería «de un rojerío insoportable».

Especular no es elucubrar, es maquinar para elevar artificialmente el precio de las cosas con el fin obtener beneficio, que, por tanto, raramente es lícito aunque sea legal, porque legal es lo marcado por ley y España es de los pocos estados que no condena la especulación. Por las razones expuestas está perseguido en muchos países capitalistas. Luego lo azules españoles son conservadores tan solo de sus propios intereses y privilegios, pero incluso los de tono más clarito, son más ultras que el más ultra partido neo-nazi europeo.

Hace unos treinta años una vivienda de 90m2 con instalaciones deportivas y piscina, costaba dos millones y medio de pesetas. El salario medio de treinta meses. Hoy una vivienda de 70m2, sin instalaciones deportivas ni piscina, cuesta el salario medio de 180 meses, aproximadamente. Sumados los intereses bancarios en ambos casos, la diferencia se agranda de forma considerable. Pero los precios de los alquileres, incluso en vivienda vieja, superan con creces esta inflada valoración, únicamente decidida por los propietarios, chicos y grandes, unitarios y colectivos, particulares o empresariales, en acuerdo tácito recordatorio lamentable de un oligopolio que nadie persigue en España, tan amiga de recurrir como asidero a las normas europeas, cuando esas normas europeas benefician a los poderosos y a quienes se aferran a ellos como asidero. También.

Así se puede explicar que, tras tantas deliberaciones para lo que está más claro que el agua de beber, la ley se haga a medias, para justificar que los azules y algunos de los rosa puedan negarse a cumplirla.

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