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Actualizado: 06 jul 2019 / 10:49 h.
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  • Fernando el de la Morena

Siempre me he preguntado por qué me atraen tanto los artistas flamencos de Jerez, desde Chacón y Manuel Torres, que son dos de mis ídolos, hasta los actuales Jesús Méndez o Ezequiel Benítez. Juan Mojama, El Gloria, Terremoto. El Serna, Tío Borrico, Manuel Morao, Romerito, El Sordera, Juana la del Pipa, El Torta, La Macanita, David Lagos, Manuela Carpio, Manuel Parrilla, Paco Cepero, Diego el de la Margara...

¿Se imaginan si no existiera Jerez de la Frontera? El Loco Mateo, Paco la Luz, Juan Junquera, Diego y Antonio el Marrurro, La Sarneta, El Chato, Isabelita de Jerez, Frijones, La Macarrona, La Malena, El Estampío, La Requejo, La Periñaca, Javier Molina, Antonio Sol... Y Fernando Carrasco Vargas, el de la Morena, que falleció el pasado 5 de junio a la edad de 74 años, cuando aún era capaz de partirte el alma por bulerías, y eso que es el palo festero, de fiesta, por excelencia en Jerez y parte de Andorra. Sí, porque gracias a cantaores como Fernando, la bulería jerezana es conocida en el mundo entero. Pero fue algo más que un gran festero.

Recuerdo que una de las veces que vino a cantar a Sevilla, a la Bienal, bordó en oro gitano unos cantes de labranza, de trilla, y en unas bulerías por soleá desenterró al Tío Borrico para llevarlo a hombros a la Alameda de Hércules y que lo escuchara Tomás en La Europa mientras lo jaleaban Felipe de Triana y Mojama. Fernando era uno de los cantaores más puros del último medio siglo, aunque ya no se vea bien que hablemos o escribamos de la pureza en el cante, el toque o el baile.

¿Por qué no, a quiénes les interesa que dejemos de llamar puros a los cantaores, hombres o mujeres, que echan la verdad por la garganta, lo genuino, la sinceridad, el pellizco y la gracia? ¿A quienes piensan que Rosalía ha abierto una nueva etapa en el cante, como hace más de un siglo hicieron la Niña de los Peines y su hermano Tomás? La de barbaridades que se leen últimamente y no solo en las redes sociales, donde casi no caben más flamencólogos y flamencólogas de pandereta.

La última vez que hablé con Fernando el de la Morena estaba ingresado en un hospital y me ocultó la gravedad de su enfermedad. Lo llamé para que cantara este verano en Coria del Río y me fascinó su modestia, con lo grande que era. “Lo que zea, Manué, si tienen interés en escucharme”. ¿Era o no puro este gitano? Cuando murió no estaba para salir corriendo y no pude ir a darle el último adiós a Jerez. Lloré en silencio, a oscuras, el adiós de un cantaor al que admiraba sin fisuras porque su voz se me metió dentro hace muchos años escuchándolo en una fiesta fuera de Andalucía, con la guitarra del genial Moraíto Chico.

Aquella noche, Fernando decidió que quedara atrapado para siempre en las redes de su eco inigualable y de su compás único. Le caería bien este gachó. Es una voz que crecerá con su muerte y dentro de un siglo alguien habrá que se pregunte cómo sería aquel gitano, un cacho de pan moreno, que fue capaz de elevar la bulería corta a la categoría de arte mayor. Larga vida, maestro, donde quiera que se haya ido usted.

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