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Actualizado: 03 mar 2020 / 09:26 h.
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  • Hombres de rosa

Al principio, cuando surge una iniciativa solidaria desde la población femenina, tiene todo su sentido la estampa de las mujeres haciendo piña por la causa, su causa, y hasta el color rosa con que deciden teñir su reivindicación o su llamada de atención cobra el sentido inédito de que nunca nadie hubiera pintado así el aire que todos respiramos. Pero pasan los años y muchos hombres nos sentimos igualmente identificados con la causa feminista. Hoy ya somos muchos, más de lo que generalmente se piensa, los que estamos de acuerdo con que es una bobada eso de que yo no soy feminista ni machista, lo cual se parece mucho a la broma de que, a cero grados, no hace ni frío ni calor. Somos muchos los que nos hemos convencido de la bobada del sexismo de los juguetes, de que el mundo hubiera marchado mejor de haber incorporado antes a la mujer en todas las disciplinas de lo público; muchos los que estamos de acuerdo en que la lucha por la igualdad no tiene color, y, si lo tiene, es un color para todos, y cuando digo todos, digo bien y se me entiende, sin arrobas ni dobleces lingüísticos, pues quien habla sin doblez, con el corazón en la mano, no precisa desdoblar lo que dice abiertamente.

Somos muchos los que dejamos atrás, tan remotamente, aquel rosa para las niñas y azul para los niños; quienes hemos avanzado, de la mano de nuestras mujeres -nuestras madres, nuestras titas, nuestras abuelas, nuestras esposas, nuestras hijas, nuestras amigas-, hacia una realidad que, si sigue siendo virtual, es por la injusticia del distinto trato que se les da a ellas frente a ellos, por las distintas expectativas, por los distintos roles, los distintos sueldos. Y esa virtualidad cargada de simbolismo es la que deseamos nosotros convertir en realidad tangible, y cuando digo nosotros me refiero también a los hombres que creemos en un feminismo indiscutible de todos, un feminismo necesario, inapelable, interiorizado; los hombres a quienes nos gustaría ir de la mano de quienes amamos tanto cuando deciden, en semanas como esta, pintarse de feministas en cuantas muestras de apoyo a la causa de quienes nos parieron se puedan organizar.

A estas alturas de la lucha, la verdadera revolución no es conseguir un récord numérico de participación femenina en cuantas actividades se promuevan, sino un heterodoxo récord de participación de todos, vestidos de rosa si es preciso, por qué no; un récord cualitativo en el que el color rosa nos inunde a todos sin distinción de género; un récord ilustrado, educativo, progresista, un antes y un después en esta justa lucha por la igualdad en el que por fin descubramos que estamos ya en el principio de ese tiempo deseado en el que no haya nada que reivindicar porque la igualdad sea un hecho; un hecho conseguido en el pasado gracias a todos.