Cada día que pasa tengo más claro que el ser humano merece la extinción fulminante que llegará (porque llegará más pronto que tarde). Y, además, me deja perplejo cómo lo hemos asumido de bien. Lo de desaparecer de la faz de la Tierra, digo. Ni nos inmutamos al destrozar el planeta o al demostrar un grado de estupidez que desborda cualquier análisis o cualquier predicción realizada diez minutos antes y que nos coloca en un puesto de privilegio entre los que si hubieran sido más simples serían botijos.
Podría parecer que vender huevos es inofensivo y no influye en el deterioro del planeta. Podría parecer que vender mandarinas es algo normal que se lleva haciendo siglos y no ha causado problema alguno. Pero si los huevos ya los venden fritos la cosa cambia. Si las mandarinas las venden peladas el problema es evidente. Si la presentación de huevos y mandarinas consiste en una bandeja de plástico en la que descansan los huevos a la plancha o la mandarina colocada gajo a gajo en un orden maravilloso y que están envueltas en más plástico trasparente, todo se complica. Porque estamos eliminando el uso del plástico por ser peligroso para todos y los vendedores de productos naturales los ofrecen como si fueran el último grito en plásticos inofensivos; pero, sobre todo porque no es normal la majadería que supone vender un huevo ya pasado por la plancha o una fruta peladita. Vamos derechos a no saber hacer nada de nada, a ser inútiles integrales.