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Actualizado: 08 ene 2020 / 08:01 h.
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  • Pablo Casado (i) estrecha la mano de Pedro Sánchez (d) tras concluir la sesión de investidura.
    Pablo Casado (i) estrecha la mano de Pedro Sánchez (d) tras concluir la sesión de investidura.

El Congreso de los Diputados necesita reforzar sus sistemas contraincendios. Porque la democracia española puede quedar muy chamuscada en cuanto acontezca otro debate en el que salten tantas chispas de enconamiento y desprecio, tanta dialéctica de fuego cruzado y de tierra quemada, tanto argumentario disuasorio para hacer estallar las mentiras ajenas y tapar las propias.

Es bastante fácil dotar de una munición de adjetivos con traca a cualquier análisis sobre el fondo y la forma de lo que representa este proceso de investidura en el contexto de la falta de regeneración del sistema político español, donde todo el arco parlamentario va a peor. Pero quienes anteponemos siempre el interés general al particular, quienes más conscientes somos de que no es positivo lucirse prendiendo la mecha de discordias ni buscando el favor de los sectarios, debemos aplicar el principio de la fotosíntesis y liberar oxígeno a la atmósfera de la opinión pública. Invoquemos la concordia entre españoles para superar desde la sociedad civil la odiosa política de bandos con la que nos han empachado desde la Carrera de San Jerónimo.

Esto no es una exhortación que emane de la pereza emocional, sino el empoderamiento que es fruto de la vivencia, conocimiento y comprensión tanto de la memoria histórica completa como del sentido de pertenencia que la mejor España contemporánea tiene sobre su identificación e integración en el mundo de hoy. La mayor parte de la sociedad española quiere que sus hijos sean 'erasmus', no requetés carlistas ni comandos anarquistas. Es muy importante que el primer Gobierno de coalición del periodo constitucional, con la gran novedad de la llegada al poder ejecutivo de dirigentes de la izquierda aún fascinada por desastrosas revoluciones, se concentre en dejarse asesorar por los mejores servidores públicos para reforzar el papel de España en el centro de decisiones de la Unión Europea, junto a Alemania y Francia, con el fin de alinearse en la respuesta común a dos emergencias de notable envergadura. Porque la gravísima crisis bélica entre Estados Unidos e Irán, de momento sobre territorio iraquí, y la consumación del 'brexit' por parte de Reino Unido, van a impactar mucho sobre nuestra economía, en la que el margen de maniobra es bastante más reducido por los problemas cruciales que llevamos años sin afrontar: excesivo desempleo, excesivo endeudamiento. La realidad de la importancia de la política internacional en la nacional se va a imponer en toda su crudeza. Toca baño de realidad. Menos frentismo y más consenso.

Si Manuel Chaves Nogales hubiera resucitado, se llevaría la gran alegría de ver cuánto se ha extendido la reedición de sus libros y el calado de sus reflexiones sobre el guerracivilismo que desde los dos bandos se cargó el intento de establecer una democracia. Hasta el punto de confesar que cualquiera de los dos bandos lo hubiera fusilado. Pero el seguimiento del debate de investidura lo abocaría a un estado de depresión al constatar que la escenificación de la soberanía nacional en 350 representantes se corresponde muy mal con los planteamientos de los 47 millones de habitantes. La mayoría pivota en el ámbito del centro-izquierda o el centro-derecha y es permeable para confluir en multitud de cuestiones esenciales sobre justicia, economía, solidaridad, cultura, ecología, pensiones, familia,... Sin embargo, la presente legislatura ha arrancado con un acusado postureo hacia el cariz radical. Un pulso para disputarse el poder en el que la tensión de sus protagonistas para ganar la candidatura o tumbarla le ha conferido una tóxica dosis de altivez. El único partido al que a largo plazo beneficia esta dinámica es a Vox. Por desgracia, PSOE, PP, Podemos y Ciudadanos se han olvidado de que en gran medida ocupan escaños y no trincheras porque les votan mayoritariamente personas cuyo Horizonte 2020 sigue siendo el estándar europeo de prosperidad y cohesión, fruto del maridaje entre conservadores, liberales y socialistas.

Tan distanciado de la realidad ha estado el debate de investidura que parecía hablarse de una España donde todo lo hiciera el Consejo de Ministros. Como si no hubiera Comisión Europea marcando pautas y Parlamento Europeo aprobando normativas. Como si la mayor parte de la gobernanza no fuera realizada por organismos autónomos y municipales. Ni España se va a romper, ni en Rentería van a dejar de comprar la Lotería de Navidad que pone en circulación el Ministerio de Hacienda, ni los fans de Puigdemont van a impedir que las selecciones españolas con jugadores catalanes ganen medallas en los próximos Juegos Olímpicos de Tokio, y celebren juntos la bandera y el himno en el podio. El programa de fin de año de José Mota con la parodia de los cómicos tomando las Cortes Generales fue mucho más serio que el telemaratón de 'Sálvame' o 'Traiciónale' secuenciado a lo largo de los días 4, 5 y 7. España no votó para comerse un roscón de Reyes que olía a rebajas del tiempo de Maricastaña. Ni su pasión futbolera comulga con el trágala que va a vivir esta semana viendo cómo los partidos de la Supercopa también se radicalizan y se juegan en Arabia Saudí, la tiranía wahabita que es el país del mundo donde más se segrega a sus mujeres. Con lo fácil que es ganar igualmente mucho dinero exportando esta competición a París, a Milán o a Berlín. Una vez más se hace realidad la máxima de que los dirigentes no están a la altura de su ciudadanía, ni siquiera cuando tiene la vitola de hinchada.

Más que tila y comino, lo que necesita la España política es la implantación del VAR. Con un videoarbitraje que hiciera de apagafuegos de las intentonas más tramposas y lesivas para socavar la convivencia democrática. Señalizando con sosiego y rectitud las infracciones a las más elementales reglas del juego democrático, al respeto a la verdad, a la dignidad, a los valores cívicos. Como primera providencia, jibarizar el lamentable protagonismo que han tenido los proetarras de Bildu. Son ellos los que han de cambiar, y pedir perdón, y avergonzarse, en lugar de ejercer de perdonavidas desde la tribuna del Congreso. Y más pronto que tarde Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tienen que reivindicar juntos a las víctimas del terrorismo. Como harían con toda normalidad la mayoría de los votantes del PSOE y de Podemos. Honrar a Ernest Lluch, a Francisco Tomás y Valiente, a Luis Portero, a Alberto Jiménez Becerril y Ascensión García Ortiz, a Joseba Pagazaurtundúa, a Miguel Angel Blanco, y a tantos centenares de españoles asesinados por los tiranos del tiro en la nuca. Sí se puede. Y se debe.